Hoy pensaba
yo dedicar esta columna a algunos poetas, pero, como dijo Bertold Brecht, no está la cosa para farolitos.
No es que Brecht sea mi poeta de cabecera:
prefiero a Eliot, no sé si me
explico. Y no es tampoco por la fobia (antialemana) creciente en mi corazón,
hecha de impotencia e ira: demasiado ruido y furia, que escribe inmortal Shakespeare: la vida "es un cuento contado por un idiota, lleno
de ruido y de furia, que no significa nada" : Curiosamente -qué poderío enorme el de los
grandes poetas- justo antes de decir estos versos terribles, Machbeth oye
gritos: "Son gritos de mujeres", le responden. Y no se entera. No se entera. Y
vuelve a preguntar, y de nuevo le responden: "Son gritos de mujeres". (La tragedia de Macbeth, Acto V, Escena V.
Tengo a mano la edición, en prosa lamentablemente, de Astrana Marín: la de Austral, que ya no existe).
Los gritos
d e las mujeres se oyen, pero no se escuchan. Ni siquiera se entiende que se los
nombre. Sí se oyen, demasiado seguramente, los susurros de las Lady Macbeth de
turno, que haberlas, haylas, como las brujas profetas. Que hay mujeres hechas
con el barro de la ambición, la codicia y la impiedad, lo sabemos y muy bien. Lo
padecemos, y no voy a decir nombres. Pero las mujeres que gritan son otra cosa.
En lo que va de 2013 -menos de medio año- han muerto más de 36, víctimas de sus
parejas o exparejas. Cifras record. Son
la punta de un iceberg de maltrato y dolor, que tiene su origen en la idea de
la inferioridad de la mujer, que es el machismo. Que es una ideología. Que no es un problema de individuos, aunque
como todos los problemas sociales, se vive de una en una. Que exige una
respuesta social, global. Que pasa porque las instancias públicas tengan una
postura pública y notoria al respecto.
Hoy se han
cargado,
entre otras instancias sensibles, el Instituto de la Mujer. Hoy es un dia aciago. Hoy se nos hace más
invisibles. La mera existencia del Instituto, y de la palabra "mujer" en el
nombre, por muy vaciado de contenidos y de presupuestos que estuviera, venía
siendo, por lo menos, una señal para navegantes. Una señal de que la sociedad
sabe lo que sabe y repudia lo que repudia. Porque sólo el repudio social de ese
mal social puede ayudar a atajarlo. Que no es sólo, aunque sea crucial, el tema
de la violencia: es todo el proceso hacia el reconocimiento de la igualdad
entre varones y mujeres. Que, dentro de la igualdad de oportunidades -que es la
caja de sastre a la que se lo manda- tiene una especificidad propia. Porque a
las diferencias -inferioridades, que
creen éstos- por clase, raza, cultura o religión, se añade, y no como una más,
la de género.
Bueno: ya se
ve. Pó ngase en relación esto con la desaparición del Instituto de la Juventud, que mira si no tiene, precisamente ahora,
problemas específicos; con la supresión de la asignatura de educación para la
ciudadanía, que debería haber sido llamada educación en la igualdad; con la
imposición de la clase de religión católica como materia lectiva; con, en fin,
con todo esto que estamos viviendo, que no es economía sino ideología, y.... a
gritar. Aunque no se nos escuche. A gritar. Que oírnos, si se nos oye. Y por
cierto: no me puedo creer que esto haya sido pactado con Rubalcaba. Sencillamente: no me lo puedo creer.
El ruido y la furia es también el título de aquella
hermosa -y terrtible- novela de William
Faulkner que yo leí por primera vez como El sonido y la furia, y que ponía al día, a su día, y un poco al
nuestro, la terrible historia shakesperiana. Tampoco nos viene mal esa hermosa
elegía -este componente suyo es el que se me viene al alma ahora- que prefigura
buena parte de la gran poesía contemporánea: La tierra baldía, de T.S.
Eliot: estamos nosotras enterrando, también, cadáveres en el jardín. Y
efectivamente, Bertold Brecht decía
de sus tiempos, en lo que ya es un tópico, que no eran buenos para la lírica.
Ni para la épica, ni para la dramática..... O a lo mejor si. A lo mejor este es
el momento de la poesía. Y de la acción.
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