jueves 20 de junio de 2013, 16:28h
Hoy, saldrá del Consejo de Ministros la
pomposamente llamada por los más forofos Reforma del Estado, conocida
como Reforma de la Administración y que, en realidad, se ha quedado en
una Reformita, lo que en la empresa privada suele llamarse "estudio de
racionalización de rendimientos y adecuación del organigrama".
Aquí sí que me hubiera gustado ver al ministro Wert en plena
forma, pisando el callo de las diputaciones provinciales, poniendo coto
al déficit de las televisiones públicas y provocando un alud de
protestas de los profesionales del sillón político, que llevan tanto
años subiendo y bajando del coche oficial que apenas compran zapatos,
porque no se les desgastan nada las suelas. Pero nuestro Presidente ha
entrado de puntillas en la jungla burocrática y ha decidido vender
inmuebles y suplicar a las autonomías que sean buenas, que es como
pedirle a una adolescente que se comporte como un contable maduro.
Ciento veinte recomendaciones a esos engordados entes autonómicos que
repiten, dirección general por dirección general, el mismo organigrama
del Estado. Ciento veinte invocaciones y ruegos a los reyes taifas, a la
nobleza territorial, o sea, ciento veinte brindis al sol que más nos
calienta los bolsillos. Y, luego, en lo poco que ya administra el
Gobierno central, ahorrar en sellos y utilizar correos electrónicos que
son más baratos, o intentar que la limpieza de los ministerios no la
hagan cincuenta empresas, sino que se le adjudique a alguna de las
grandes, porque sólo al alcance de un Construcciones y Contratas, o un
Ferrovial, está el hacerse cargo de las docenas de brigadas de limpieza
que hacen falta.
España cada vez se parece más a la Edad Media, con un rey que
reina protocolariamente, pero no manda, y unos nobles repartidos por el
territorio, cada uno celoso de sus fueros, y a los que no conviene
molestar. En esa etapa España no existía y, si seguimos por los caminos
medrosos del aplazamiento y la componenda, es probable que deje de
existir.
También es verdad que ningún presidente anterior se atrevió a
tanto, es cierto, pero es tan poco, tan poco... Y en cuanto esto
remonte, que ojalá sea pronto, volverán los coches oficiales a los
aparcamientos oficiales sus ruedas a posar. ¡Ay, Bécquer!