miércoles 19 de junio de 2013, 16:13h
Al locuaz y displicente ministro de Hacienda,
Cristóbal Montoro, se le cerró la boca durante seis días y no fue capaz
de explicar porque habían atribuido en su departamento la venta de
fincas a la hija del Rey. Ahora dice que ha sido simplemente un error,
minimiza su relevancia y pide al resto de partidos que no lo utilicen
políticamente. Se permite, incluso, recordar que quien crea que no se
cometen errores en la administración es "que no está en este mundo".
¡Horror y pavor! ¿Quién se va a fiar ahora de que la Agencia
Tributaria sabe lo que hace con las declaraciones de la renta de los
ciudadanos de a pie? ¿Con que rigor no habrá que revisar los datos que
Hacienda facilita sobre el borrador del IRPF para evitar que cuelen
bienes ajenos?. Si eso han hecho con un miembro de la Casa Real ¿qué no
harán con el común de los mortales?
El año pasado, al ínclito ministro se le ocurrió poner en marcha
una amnistía fiscal para los evasores de capital, con tan magníficas
garantías que se acogió hasta Bárcenas, justo cuando el resto de los
contribuyentes hacían su declaración de la renta. Era un ejemplo
demoledor para los que cumplen con su obligación y una forma estúpida de
demostrar que Hacienda no somos todos. Dejó la sensación de que pagar
al fisco es tener condición de "pringao". Un año después, en el mismo
periodo de declaración del IRPF, crea la más absoluta inseguridad sobre
el funcionamiento del ente recaudador.
Un institución más que, por el mal hacer político, sufre
descrédito y serias dudas sobre su funcionamiento. Se empieza a
cuestionar si va a quedar algún órgano del Estado que salga indemne de
esta crisis de valores que está poniendo en solfa a la democracia.
Tras varios comunicados de la agencia tributaria, a cual más
inverosímil, Montoro ha sido empujado por los suyos, que no ocultaban su
estupefacción por lo ocurrido, a comparecer en el Congreso tras la
sesión de control. El, que se regodea dando las lecciones a diestro y
siniestro, está vez no tenía ganas de hablar. Fue visto y no visto.
Salió, dijo que había ocurrido un error en "la carga de datos" y
que estos se habían trasladado a sede judicial. Como sonaba chusco
añadió que se había ordenado un investigación interna y exigió, (sí,
exigió) que se esperase a los resultados de la misma. Ahora bien, hay
que consignar que intentó tranquilizar a los contribuyentes cuando dijo
que había encargado que esto no se volviera a repetir y que se había
apresurado a pedir disculpas a la Casa Real. Se acabó el problema. Y a
otra cosa mariposa.
Los amenazados por sus andanadas desde el escaño del Congreso,
diputados de otras formaciones, cantantes, actores, periodistas, pueden
dormir tranquilos. Cuando advertía que sabía con certeza quien o cuantos
no cotizaban, se estaba marcando un farol. Hoy ha demostrado que, con
su incompetencia, ha añadió un grado más en la desconfianza que suscita
una institución como la Monarquía a la que su partido dice defender.