Dice el tango arrabalero que 'veinte años no es
nada', pero 21 años -20 más uno- son toda una vida; por lo menos, una vida
intensa para el secretario general del Sindicato Unificado de Policía (SUP), José
Manuel Sánchez Fornet, que el próximo jueves 27 de junio dejará de dirigir el
mayor sindicato policial español y pasará el testigo a la subinspectora Mónica
Gracia Sánchez, su actual vicesecretaria.
Sánchez Fornet es toda una institución en sí mismo.
Su defensa de los policías -de los buenos policías-, su lucha por una policía
auténticamente profesional y demócrata, le ha traído innumerables enemigos -los
malos policías-, que nunca han podido atarle en corto -ni en largo- y mucho
menos silenciar su voz. Y es que Fornet tiene una lengua muy larga que siempre
dice lo que no le conviene... lo que no le conviene al tunante. Así que, si
Fornet se va no es porque le hayan vencido, ni porque le hayan conseguido
echar; si se va es por puro hastío, por simple cansancio.
Fornet llegó al SUP en el Congreso que este
sindicado celebró en Vigo en 1992. Con él, el SUP creció y se convirtió en un
referente anti-componendas, en un permanente desafío a
cargos, carguillos y carguetes
que, colocados a dedo en la Dirección General o al frente del Ministerio se
creían
Dios uno y trino, todo a la vez. Fornet y los suyos -que los tenía y los
tiene- se encargaban de bajarles los humos a esta suerte de demiurgos: desde
Corcuera, al que Fornet le
quitó la 'chispa', hasta
Rubalcaba, a quien le quitó los espolones, pasando por todos los demás. Fornet, que
ha respetado a pocos directores generales y aún a menos secretarios de Estado, sólo
sintió respeto de verdad por una persona tan recta y honesta como él,
Margarita
Robles. De los demás, mejor ni hablar.
Como mando sindical, Fornet ha conseguido mantener
contra viento y marea un sindicato auténticamente mayoritario: cuenta con
33.000 afiliados 'cotizantes' -de los que pagan, mes a mes-, casi el 50 % de la
actual plantilla policial, y mantiene tan alto nivel de militancia pese a las
campañas que contra él han sido [hubo en
Interviú un periodista que tuvo el
récord guinness de denuncias y querellas: 129 nada menos. Fornet no llega a tanto, pero ha
ganado más de 20 querellas y ha convertido 10 expedientes disciplinarios en
papel para su particular
water closet].
Porque, aunque es adusto y es taciturno como el
Saturno
de
Georges Brassens, lejos de comerse a sus hijos, Fornet es todo corazón.
Oigan, lean, escuchen una historia que eriza el vello:
'Tarde-noche del 12 de febrero de 1981. Un policía
armada custodia una celda en la Dirección General de Seguridad, en la Puerta
del Sol. En el interior, un hombre que acaban de subir de un 'interrogatorio'
está agonizando entre vómitos de sangre. El policía, conmovido, se acerca y le
pregunta si quiere algo. El hombre le pide un par de huevos fritos con chorizo.
El policía pide el relevo a un compañero, baja al bar y sube con un plato con un
chusco de pan y con dos huevos fritos y un chorizo. El hombre lo come como
puede, moja el pan en los huevos entre bocanadas de sangre. Mira con
agradecimiento al policía, su enemigo. Pocas horas después muere. Cuatro días
después, el 17 de febrero, el diario El País publicaba el informe forense con
la causa de la muerte: "1. La causa de la muerte ha sido un fallo respiratorio
originado por proceso bronconeumónico con intenso edema pulmonar bilateral y
derrame de ambas cavidades pleurales y pericardio". Es decir, que le habían
reventado a golpes. El hombre se llamaba
José Ignacio Arregui, y era un
presunto etarra. El policía armada se llamaba José Manuel Sánchez Fornet'.
Esa imagen se le ha quedado grabada en la retina [y
a otros que se la hemos escuchado, en el alma] y desde entonces Fornet luchó
por algo que parece muy simple, pero que es muy complejo: que la bonhomía no
está reñida con la eficacia policial. Y se dedicó a predicarlo -prácticamente a gritarlo- allí donde habita la maldad.
Ahora
Fornet se va, deja el cargo sin necesidad, y
sin necesidad le da una alegría a sus enemigos, que hubieran deseado cortarle
los pies y las alas hace muchos años. Pero no pudieron, ni podrán hacerlo,
porque, rememorando al clásico, Fornet les diría en sus momentos más lúcidos aquello de: '
Yo
soy como el sándalo, que perfuma el hacha que lo corta'. El hacha sí la
perfuma, pero al individuo que la empuña... ah ése es otro cantar.
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