Los aficionados a la literatura, como es el caso de Damián, mi megaredicho valet de chambre, pueden estar contentos. Gracias al Tribunal Superior de Justicia del País Vasco, ya tenemos “El proceso II”, una cosa montada en plan kafkiano-marxista, o sea, entre el checo –escribía en alemán— Franz Kafka y Groucho Marx. Al lehendakari de los vascos y las vascas, a Juan José Ibarretxe se le procesa por haberse reunido con los ex representantes de los ilegalizados batasunos y de las ilegalizadas batasunas. Cosa que también hizo Patxi López, el mandamás (o mandapoco, vaya usted a saber) de los sociatas vascos, y que, junto con otro compañero de militancia y de fatigas, también acabará de completar la tripleta del banquillo de los acusados.
Puestas así las cosas, amadísimos, globalizados, megaletileonorisofiados e ibarretxeados niños y niñas que me leéis, se impone una reflexión kafkiano-marxista pasada por interrogantes al modo socrático. ¿Qué hizo el lehendakari de todos los vascos y de todas las vascas? Reunirse con otros vascos. Es de cajón, porque Ibarretxe no iba a reunirse en su despacho oficial con nativos de Burkina Faso o con una comisión municipal de Talavera de la Reina (provincia de Toledo), pongamos por caso. ¿Y qué hicieron los dos cargos socialistas vascos? Pues reunirse –es obvio— con otros vascos. Si en esa reunión se dedicaron a practicar el euskera o, por ejemplo, a charlar de la marcha de los equipos vascos de fútbol o de la mejor forma de degustar el txakolí de Guetaria son unos hechos irrelevantes. Ciertamente, quizá, para evitar suspicacias, los tres encausados podrían haber entrado en un chat, cada uno con su nick correspondiente y así nadie se hubiera sentido ofendido (y se sabe que ojo que no vé, corazón que no siente).
Aunque el Ministerio Fiscal ha solicitado el sobreseimiento de la causa, las acusaciones privadas dicen que nones, por lo que el Tribunal Superior de Justicia del País Vasco, ha tenido que tirar adelante con el encausamiento, lo que comporta, en las conclusiones provisionales de la acusación particular la solicitud de penas dos años y cuatro meses de cárcel para Ibarretxe; y de año y medio de cárcel para López y su compañero.
Vayamos pues a Ibarretxe y pongámonos en lo peor de lo peor. Que se le considera culpable de hablar con ilegalizados batasunos durante la tregua de ETA. Por tanto se le condena a esos 28 meses de prisión. ¿Dónde cumplirá la pena? ¿En la Martutene presondegui, o sea, en la cárcel de Martutene? Pues no creo, porque en ella se encuentra Arnaldo Otegui --¿os acordáis de él?-- , y siempre habría el riesgo de que se encontrasen en la biblioteca, el patio, el comedor o en la lavandería del centro penitenciario. Incluso podría dar lugar a que se le aplicase la doctrina Parot, la del delito continuado. Cada vez que Ibarretxe y Otegui se cruzasen y se dijesen “Egunon” (o sea, ¡buenos días!,en vasco) a Ibarretxe se le podría volver a procesar, no sólo por hablar con un batasuno ilegalizado, sino por quebrantamiento de condena. Eso por un lado.
Por otra parte, ante esto, al hipotéticamente condenado lehendakari de los todos los vascos y de todas las vascas, para impedir que delinca y facilitar su reinserción social, tendría que sufrir las consecuencias de la dispersión penitenciaria. Quizá, por ello, habría que mandarlo, recalificándolo como recluso, a la malagueña prisión de Alahaurín de la Torre, residencia forzosa de todos los encausados marbelleros en la Operación Malaya. ¿Qué fuerte, no? Y si no fuese en esa, pues en el centro penitenciario de Jaén, donde se encuentra en prisión preventiva Julián Muñoz, alias Cachuli, compañero sentimental de Isabel Pantoja.
Lo dicho, pequeñines/as míos/as, el Proceso Ibarretxe es de lo más kafkiano. O sea, que, de momento, nos quedamos con la presunción de inocencia.