La supervivencia del Constitucional
domingo 16 de junio de 2013, 15:08h
Pascual Sala se ha despedido de la presidencia del Tribunal Constitucional con
críticas a los políticos por su trato al alto tribunal, pero sin una sola
palabra de autocrítica. Esa carencia, que se da de la misma manera en los otros
estamentos del Estado como el Poder Judicial, el Gobierno central y los
autonómicos o el propio Parlamento es la que, de alguna manera provoca la
actual desafección de los ciudadanos, su insatisfacción con todos los que no
son capaces de mirar hacia adentro, asumir sus errores, pedir disculpas y cambiar
el rumbo.
El TC, que en breve
elegirá un nuevo presidente, ha sufrido ese maltrato de los políticos que hasta
la última elección han preferido defender sus intereses antes que garantizar su
calidad, independencia, autonomía y libertad. Pero tampoco este órgano,
especialmente en los últimos años, se ha ganado el prestigio imprescindible con
sus decisiones ni ha defendido como hubiera debido su independencia y su
autonomía. El prestigio, contra lo que dice Sala -que se va con más pena que
gloria- no se gana por lo que otros hacen con la institución sino por lo que
sus miembros dejan que hagan con ella. Y si la independencia no es posible, la
dimisión es siempre mejor respuesta que la sumisión.
Como los sistemas de
elección para evitar la politización han fracasado rotundamente y ésta sigue
siendo un cambalache, es difícil que los últimos relevos sirvan para dar al TC
la fuerza moral, la autoridad que necesita, Muy al contrario, el TC -como el
CGPJ al que Gallardón trata de someter de diversas formas con el rechazo casi
unánime de las togas- sigue siendo un instrumento de los partidos, o mejor de
PP y PSOE, donde los vocales o magistrados sirven casi a pies juntillas los
designios de quienes les nombraron. Por eso es tan importante para los
políticos "no equivocarse" al designar a sus miembros. Tampoco les ha importado
que no haya más que dos mujeres entre doce miembros, mucho más lejos de la
justicia que de la paridad.
Y por eso, también, es
trascendente para la democracia que los doce vocales elijan un presidente capaz
de recuperar la independencia y la autonomía del Tribunal Constitucional, que
sea capaz de plantar cara a los intereses partidistas y obrar desde la ley,
desde el respeto absoluto a la Constitución. En la presidencia se juega el TC
no sólo el respeto de los ciudadanos -el único que debería importarle- sino su auctoritas, su propia libertad y su
capacidad de gestionar adecuadamente en la forma y en el tiempo, los recursos
que tiene que resolver. Los últimos presidentes han sido manifiestamente
mejorables en este aspecto. Si los tiempos y las formas del TC siguen siendo
los mismos que hasta ahora, los problemas que se le vienen encima -Cataluña, el
aborto, la reforma laboral, las tasas...- acabarán por quitarle la escasa, pero
imprescindible, autoridad que todavía le sostiene.