lunes 10 de junio de 2013, 11:22h
Siempre se ha sabido, Hobbes lo expresó muy bien, como en la
disyuntiva entre seguridad y libertad las sociedades apuestan por la seguridad
sacrificando las libertades. Ahora, gracias a Obama, sabemos como entre
privacidad y seguridad estamos desnudos y ni siquiera tranquilos.
Obama es un buen ejemplo del "magical negro", pero con la varita
agotada. Lo del "magical negro" es un concepto acuñado por el director
cinematográfico Spike Lee en sendos debates desarrollados en el 2001 en las
universidades del Estado de Washington y de Yale. Lee se refería a unos
estereotipos secundarios de Hollywood caracterizados por el color de su piel y
sus poderes sobrenaturales. También por su altruismo y por sacar de apuros a
los protagonistas blancos. Lee puso como ejemplo "La leyenda de Bagger Vance",
pero podía haber mencionado "Ghost", con Whoopi Goldberg en el papel de médium,
o "La milla verde", con Michael Clarke Duncan como el condenado a muerte John
Coffey. Posterior a esos debates fue "Siete almas", con Will Smith en el papel
de salvador salido de la nada.
Muchos afro-americanos manifiestan su desagrado con estos personajes
mágicos. El presidente Obama ha sido asociado con el concepto de "magical
negro" varias veces. En un artículo de la revista "Time" de 2012 el escritor y
crítico cultural Touré Neblett argumentaba
el carácter infantiloide y ofensivo de un estereotipo; parecía, en su opinión,
que la excelencia en las personas de color es tan insólita que sólo puede
provenir de lo mágico o sobrenatural. Quienes censuran a esos personajes, como
Touré o Spike Lee, usan el término "negro" en español con plena conciencia de
su valor peyorativo en inglés, subrayando así el mensaje crítico con un
arquetipo racial que se remonta a los tópicos del idealizado "buen salvaje" de John Dreyden. A
Obama el concepto de "magical negro" se le aplicó por primera vez en 2007, en
un artículo de David Ehrenstein.
Demasiadas ilusiones prendieron en 2008 durante la primera campaña de
Obama, y más con su elección como presidente. Parecía posible el "Yes, we can" contra
el "establishment"; cerrar Guantánamo, el control de las armas de fuego, la
reforma de la sanidad, cumplir su promesa de no aceptar ni un centavo de los
lobbies o los comités para no dejarse influir por las grandes compañías ni por
intereses espurios, modificar los recortes de impuestos a los más ricos hechos
por su antecesor, Bush...
La elección de Obama despertó tantas ilusiones, incluso en un
continente que se presume tan resabiado como Europa, que el "magical negro"
obtuvo el premio Nobel de la Paz al ser nominado para el mismo sólo once días
después de ser nombrado presidente.
Pero ninguna de esas promesas electorales se ha cumplido, y hasta el
"New York Times" critica a Obama por frustrar tantas ilusiones y aprobar el
espionaje indiscriminado de millones de llamadas telefónicas y de todas las
grandes compañías de Internet.
Todo eso encierra alguna lección interesante también para nosotros,
tanto como hablamos de la reforma de nuestra Constitución. Una es el mermado
poder de la política frente a los grupos de presión, otra los límites de la estricta
separación de poderes y el sistema de "frenos y equilibrios" de los mismos en
los Estados Unidos. Muy loable, bien pensada para evitar la tiranía, como
prohibir más de dos mandatos, pero capaz de anular casi cualquier acción del
Ejecutivo y de dificultar mucho la del Legislativo con el veto presidencial a
una ley sin el apoyo de dos tercios del Congreso.
Y otra lección es la ingenuidad de creer en conjunciones planetarias, soluciones
mágicas, en "buenos salvajes" o payasos como Grillo, en taumaturgos carismáticos
que prometen no meterse en política además de traer la paz al mundo, la
felicidad sobre la Tierra, la perfección a las constituciones y la santidad a
los electos por el pueblo, cuando en política ya se ha inventado todo. Dejémonos
de utopías y conformémonos con los meros ideales. Que no es poco.