Casi nadie
se da cuenta de lo que tiene hasta que lo pierde, del mismo modo que tampoco es consciente de lo que acaba de perder en su relación con un ser querido hasta
que no traspasa el umbral
de la muerte. Posiblemente sea
así, pero cuanto antes deberíamos de intentar cambiar estas y otras realidades para no perdernos lo mejor de vivir.
Reconocer
las carencias que se sufren es también un primer paso para cambiar situaciones. Ese es, por ejemplo, el caso de las mujeres saudíes que, en los últimos
meses, debajo de su abaya -la vestimenta
típica utilizada por ellas en los países del Golfo-, están asistiendo, poquito a poco, a una serie de tímidas reformas políticas y sociales que, posiblemente, les estén ayudando a ser conscientes de lo mucho que han tenido -y tienen aún- que sufrir,
sobre todo, con respecto al varón. Las crónicas que nos están mandando desde allí los enviados especiales de los diarios nos recuerdan las difíciles circunstancias que están atravesando las profesionales, las dependientas o
las amas de casa de
este país por cuestiones tan cotidianas y aparentemente banales como conducir su propio vehículo, comprar en
una corsetería, asistir a un gimnasio o pasear solas por la calle.
Estas mujeres, en el mejor de los casos, necesitan el permiso de sus maridos, padres o hermanos para viajar, trabajar o moverse.
Ese pretendido, y más mediático que real, aperturismo del rey saudí, Abdalá
bin Abdelaziz, ha llegado a tal
extremo que, recientemente, ha "osado" permitir a las mujeres hasta montar en
bicicleta. Si, como lo oye, en bicicleta. Pero, eso sí, "en lugares públicos y siempre que estén acompañadas por parientes
masculinos que puedan proporcionarles ayuda rápidamente en caso de caídas o
accidentes". Como puede observarse, la
imaginación no es precisamente el
fuerte del gobierno saudí. Más
concretamente, ha sido la Comisión para la Promoción de la Virtud y la
Prevención del Vicio (estos sí que son nombres acertados y
descriptivos de los fines que
persigue un organismo de la administración real saudí, sí señor...) ha levantado hace cuatro días esta prohibición.
Maquíllate, maquíllate
Los citados
son solo algunos ejemplos de las
innumerables actividades que las mujeres saudíes
sencillamente tienen prohibidas por
imperativo legal, religioso y, lo que
quizás aún es mucho peor, por tradición cultural.
Es muy
fácil para el rey saudí promulgar unas cuantas leyes que intenten maquillar, aunque solo sea para
cubrir las apariencias, una realidad secular que él y sus antepasados han impuesto a sus
súbditas y, con estas leyes,
intentar hacer creer al resto del mundo que esa condición -la de súbditas- ha acabado ya y que todas las mujeres saudiíes son ahora ciudadanas. El rey y todos nosotros sabemos perfectamente que eso no es así. Hay
una circunstancia, la tradición
cultural, lo que siempre se ha venido haciendo, que no es nada fácil de vencer, por un sinfín de resistencias
internas que, desde luego, no van a ser desechadas con la simple promulgación de una ley, condición
necesaria pero no suficiente para
cambiar radicalmente la situación de la mujer en Arabia Saudí.