lunes 03 de junio de 2013, 10:26h
En
circunstancias normales, los impuestos son un tema rutinario y aburrido para
los ciudadanos que los soportan resignadamente. Se incomodan cuando suben y se
alegran cuando bajan pero, en el fondo, asumen que son necesarios para mantener
los servicios comunes y se acostumbran a ellos de tal manera que los descuentan
mentalmente de sus ganancias teóricas, dando por hecho que es inevitable ganar
menos de lo que parece que se gana nominalmente. Pero en circunstancias
críticas es inevitable que los asuntos fiscales pasen a primer plano de la
política, cuando las cuentas de gastos e ingresos se hacen más difíciles de
cuadrar. En España, desde el inicio de la crisis económica que padecemos, las
subidas de impuestos han sido constantes, tanto por parte del anterior gobierno
socialista como por parte del actual gobierno popular. Los socialistas decían
que subir los impuestos era de izquierdas hasta que, al ser sus adversarios los
que los subían, pasaron a cantar que bajar los impuestos también era de
izquierdas. Los populares, que decían que bajar los impuestos era lo suyo,
pasaron a decir que subir los impuestos era necesario para corregir el déficit.
El gobierno
actual decidió aplicar una receta que no era la mejor pero que, en su caso,
era, además, contradictoria con el programa que le hizo ganar las elecciones
por mayoría absoluta. La mayor solvencia económica que se le atribuía se empezó
a poner en duda cuando se comprobó que, además de los factores negativos que acompañan
a toda subida de impuestos, la recaudación no subía sino que bajaba. Cosa
lógica en un país con seis millones de parados y decenas de miles de pequeñas
empresas cerradas. O sea, con muchos menos contribuyentes. Así se fue llegando
a la mala situación de que paguen más los que trabajan o producen para
subvencionar a los que no trabajan ni producen. Esta situación, dañina para la
actividad económica y el consumo, frena el crecimiento.
Tras ocho años
de retraso y año y medio de ajustes, se provocó un ritmo lánguido de reformas y
un paro crónico, motivos suficientes para que los economistas partidarios de
bajar los impuestos pasaran a considerarse revolucionarios y que un economista
extranjero como Arthur Laffer, que ya predicó sus doctrinas en este sentido en
2.012, en las conferencias de FAES en Navacerrada, pasase a primer plano de
la actualidad explicando su teoría,
llamada "curva de Laffer" que diseñó en una servilleta de papel mientras
cenaba, en 1.974, siendo presidente de los Estados Unidos Gerald Ford. La
famosa "curva" ya la había descrito, hace más de seiscientos años, un judío
sevillano llamado Ibu Jaldúm al escribir: "Los grandes imperios suelen empezar
con grandes recaudaciones logradas con impuestos bajos y terminan con pequeñas
recaudaciones logradas con impuestos altos". Laffer y su "curva" diría lo mismo
con otras palabras: cuando el tipo impositivo es suficientemente alto, a partir
de ahí, los ingresos recaudados disminuyen. En estos días, en que la Unión
Europea ha concedido una prórroga para reducir el déficit, el gobierno podría
plantearse un cambio de estrategia que le permitiera ser más fiel a su
electorado e inyectar más recursos activadores y estimulantes a una economía
que sufre depresión en el consumo y precariedad de impulsos empresariales.
Subir impuestos y bajar la inversión pública no es un buen camino para la
recuperación sino, más bien, un remedio del tipo de aquellas sangrías que
aplicaba la vieja medicina para bajar la calentura y que, en muchos casos, lo
que conseguía era adelantar el frio de la muerte. La subida de los impuestos
pesa negativamente sobre la actividad económica, sobre el empleo, sobre el
ahorro y sobre el consumo de las familias. Las empresas fuertes se dedican a
sanear sus cuentas, invirtiendo menos en innovación y en personal y pagando
escasos dividendos mientras el Estado gasta sus menguantes recaudaciones en
intentar consolar a las Comunidades Autónomas y en mantener a medio gas la
financiación potenciadora del mercado único y de la presencia internacional de
España. Así no parece que vayamos a salir del estancamiento, ni a crecer ni a
generar empleo, con la urgencia que exige la dura situación por la que pasamos.
No se debe esperar a "cuando las cosas vayan mejor" porque no van a mejorar por
si solas gracias a nuevos recortes y mayores impuestos. Cuando el gobierno
habla de que está "haciendo sus deberes" tiene que comprender que también entra
entre sus deberes el de reconsiderar que la política económica que ha aplicado
hasta ahora, como coagulante a la hemorragia que dejó incontrolada el gobierno
socialista, es ya insuficiente y que, de ahora en adelante, cuando la
hemorragia parece contenida, hace falta una transfusión energizante. La
política fiscal se ha convertido en el factor emblemático de la reorientación
de la economía. Los impuestos ya no recaudan más ingresos. Hay que emprender el
camino del crecimiento y la reactivación a toda costa y a todo coste, aunque
ello exija reformas o cambios en la vida pública. Dormir la siesta sobre un
colchón de déficit adelgazado por una
decreciente recaudación de impuestos es como acostarse sobre una cama neumática
que va perdiendo aire por un pinchazo.
Ex diputado y ex senador
Gabriel Elorriaga F. fue diputado y senador español por el Partido Popular. Fue director del gabinete de Manuel Fraga cuando éste era ministro de Información y Turismo. También participó en la fundación del partido Reforma Democrática. También ha escrito varios libros, tales como 'Así habló Don Quijote', 'Sed de Dios', 'Diktapenuria', 'La vocación política', 'Fraga y el eje de la transición' o 'Canalejas o el liberalismo social'.
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elorriagafernandezhotmailcom/18/18/26
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