Esta es la crónica de un fracaso anunciado. O casi. Porque la divisa de
Samuel Flores, otrora puntera y triunfadora en la cátedra de Las Ventas, lleva camino en batir todo los récords de descastamiento y mansedumbre, hasta el punto de que en este pésimo ciclo isidril, ya tiene el dudoso honor de haber batido a todas las demás en tal aspecto. Con el añadido de que a su empeoramiento en términos de bravura une ahora el de su presentación. O sea, que no hay por dónde cogerla. O sea, que la terna que llegaba a la Monumental en busca de una oportunidad tuvo escasas opciones.
Y con otro añadido aún peor: al menos antes los de Samuel, podridos por dentro, gozaban de la estampa del trapío. Sí, era mulos con cuernos y se les conocía como los 'samulos'. Pero. en lo que el ganadero echó en Madrid, ya ni eso, porque los bicornazos, con unas arboladuras enormes que les tapaban su presencia anovillada, ni siquiera dieron la talla en tal aspecto. Vamos que, como soltó un aficionado: "Ahora ya no son samulos, son samulitos".
Así que, aparte de un viento aterrador que casi hacía imposible mover las telas, ante estos borriquitos con muchos pitones, que huían despavoridos de las cabalgaduras, de percales y pañosas, poco se podía desarrollar en lo que a la tauromaquia se refiere. Y ese poco lo alcanzó
Pérez Mota, quien dejó detalles de clase ante los dos de su infumable -léase intoreable- lote, no sólo en series sueltas de redondos y naturales, sino en trincherillas y pases de la firma que le debieran haber ganado un nuevo paseíllo en Las Ventas, pero con toros, no con bueyes. Su confirmación de alternativa fue, pues, más que digna, torerísima.
Pinar se libra de milagro de la cornadaComo la tarde de un
Rubén Pinar que merece también mas sitio y puestos más altos en el escalafón, y se apretó con su samulito, que cerró el horroroso festejo, y con el sobrero de Hernando, que pudo asesinarlo, tras pegarle un volteretón en la faena y tenerlo a su merced en el suelo durante medio minuto pegándoloe hachazos sin, por fortuna y por milagro laico, acertarle. Pinar se repuso y, como en el último, fue capaz de extraerle algún buen muletazo, antes de despenarlos a ambos con acierto.
Es verdad que el peor lote correspondió a
Antón Cortés, con dos bureles -su primero, con el otro hierro de la casa, el de
Manuel Agustina (tanto monta, monta tanto), igual que el resto aunque con menos cuernos- que no querían guerra y se defendían. Pero el coletudo en ningún momento les bajó la mano para someterlos, ni se puso en el sitio, deambulando sin entrega ni valor ni nada de nada, sobrepasado por los acontecimientos, o sea por los mansazos. Aunque, dada su condición de torero calé, lo peor que se puede decir de él no es que estuviera mal, sino que estuviera vulgar y pegapasista prevenido.
Claro que, como sus compañeros, podrá arguir -en su caso sin justificación profesional- diciendo que él no vino a Madrid a luchar contra los elementos, sino a torear. Y eso es imposible con 'samulones', 'samulos' y 'samulitos'.
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