La rebelión de los jarrones chinos
lunes 27 de mayo de 2013, 14:08h
De los seis presidentes de gobierno que ha tenido la
democracia española uno, Mariano Rajoy, está en pleno uso de su mandato
electoral; otro, Leopoldo Calvo Sotelo, ha fallecido; el primero de ellos, Adolfo
Suárez, permanece recluido en su casa afectado de Alzehimer; el penúltimo, José
Luis Rodríguez Zapatero, está en periodo de descompresión y es difícil que en
algún momento de la historia se le tome por un "jarrón chino"; y los
dos restantes suelen concitar tantos apoyos como críticas cada vez que
manifiestan en público sus opiniones respecto a lo que está ocurriendo, con una
irreprimible querencia a colocar sus años de gestión por encima de la forma de
gobernar de sus sucesores.
Felipe González y José María Aznar han liderado de forma
clara y sin apenas fisuras sus respectivos partidos, a los que sometieron con
su llegada a un cambio de imagen y de ideario brutal. González acabó con el
marxismo en el Partido Socialista y de hecho diluyó el término obrero tras su
choque con la UGT que lideraba Nicolás
Redondo, que le hizo la primera huelga general entre socialistas. Aznar enterró
los flecos que quedaban en el PP del franquismo y centró a la formación en
torno al liberalismo, bien es cierto que en ambos casos la querencia de ambos
hacia el centro electoral les llevó a que una buena parte de sus programas y de
sus actuaciones de gobierno fueran intercambiables, al igual que pudieron serlo
una parte de sus ministros, desde Miguel Boyer a Josep Piqué. Tuvieron más
cosas en común a la hora de gobernar: uno y otro le bailaron el agua al
nacionalismo catalán que representaba CiU y quisieron llevar al Ejecutivo a la
misma persona, Josep Antoni Durán Lleida.
Ninguno de los dos soporta al otro y no ahorra
calificativos a la hora de referirse al antiguo adversario. Curiosamente su
andadura política, profesional y personal se asemeja bastante más de lo que
ellos mismos desearían: se han volcado tras su salida de Moncloa en el área
internacional a través de su presencia en consejos de administración y
asesorías de empresas multinacionales y han aceptado su papel de "
acompañantes de relumbrón" en algunos consejos patrios que cuentan con
buenas remuneraciones anuales. Pasan gran parte del año viajando y poniendo en
valor la experiencia y los contactos que adquirieron en sus años de gobierno,
con una clara tendencia hacia Iberoamérica y los países árabes. Cuando se
refieren a la actualidad española son muy críticos y ponen en cuestión las
decisiones de los que en ese momento preciso ocupa el Palacio de la Moncloa y
la jefatura del Gobierno, ya se llame Zapatero o Rajoy. Eso en público, que en
privado son aún más duros y con descalificaciones más contundentes respecto a
las medidas políticas y económicas que se toman y la situación general de
España.
González utilizo la metáfora de los "jarrones
chinos" para referirse al difícil papel que les tocaba a los ex
presidentes respecto a sus sucesores, que no sabían donde colocarles bien por
lo "válido" que habían sido, bien por no encajar en la " nueva
decoración" política que imprimían a la vida pública. Por uno u otro
motivo y por la falta de " estructura legal" que acompaña a los ex en
nuestro país, tanto el como Aznar no cumplen ninguna función pública que ayude
a los distintos gobiernos en tareas
diplomáticas y de representación, y tal en por ello cualquier artículo
que publiques o entrevista que concedan alcanza enseguida la condición de
polémica y de ataque contra el presidente del gobierno y su equipo.
Al qué a día de hoy es presidente honorífico del PP le
han bastado cuarenta minutos en televisión para poner patas arriba a un partido
en el que la crisis esta rompiendo las viejas y aparentemente sólidas barreras
de la unidad y el apoyo sin fisuras a la política del Ejecutivo. Aznar ha
puesto el dedo en la llaga de lo que la mayoría del Partido Popular opina, el
problema no está en lo que ha dicho respecto a la fiscalidad y el cumplimiento
del programa electoral, está en el momento y en el tono, justo cuando desde la
estructura de la formación se llama de forma continúa al cierre de filas con el
presidente Rajoy y sus medidas para salir de la crisis.
El ex presidente se siente tan abandonado por Rajoy como
se sentía González abandonado por Zapatero. Es un síndrome, por un lado, y una
realidad, por otra, compartidos. Sus sucesores en La Moncloa querían volar
solos, sin presiones y sin nadie que les mirara por encima. Querían y quieren
cometer sus propios errores y tras las declaraciones obligadas de homenaje en
las tomas de posesión, lo mejor que le desean al que les precedió en el cargo
es que vivan lo mejor posible pero lo más lejos posible y con la menor
influencia posible. Si las cosas del país van bien ese objetivo es fácil de
cumplir, pero si los problemas se amontonan, los ex aparecen para recordar que
cualquier tiempo pasado fue mejor. Su tiempo, claro está.