Qué cuidado hay que tener, queridos lectores, ahora que cualquier cosa publicada en la red se queda para siempre. Porque una boutade o una equivocación, te pueden marcar de por vida.
Y más aún: porque aunque tú
no lo publiques en la red, la red existe, y por tanto, lo cuelgues tú o no, lo
que digas terminará en la red. Y ahí.... Esta forma de eternidad virtual, más
allá de tu muerte y de la mía, lista para ser encontrada y puesta al día por
cualquier nauta de éstos. Estamos perdidos. Del papel de diario se desprendía
que las tonterías que una pudiera escribir -la que esté libre de alguna, que
tire la primera piedra- duraban dos días, como mucho. Tampoco duraban mucho más
los aciertos. Y eran pocos los que visitaban las hemerotecas, gracias a dios.
Pero ahora....o vamos directamente de digitales, o se digitaliza todo.... Y se nos
aparece el pasado como si fuera ayer.
Me acaba de ocurrir con un
comentario de mi admirado Eduardo
Mendoza, que me apareció en alguna red como de ayer mismo, y databa de hace
varios años, de una conferencia que dio en la Fundación Mapfre, y que yo creo
que hasta estuve. Que dijo que Kafka
era un mal escritor, y que él lo sabía. Bueno, es verdad que Kafka creía que era un mal escritor, y si no
llega a ser por la desobediencia de su amigo y albacea Max Brod, no conoceríamos relatos tan terribles como En la colonia penitenciaria, o la Carta al
Padre, en fin. Y nada de la conciencia de sí mismo del siglo XX, sería igual.
Yo no sé si Kafka es o no un buen escritor: sé que
a mí me ha hecho caminar distinto. Vamos, que yo no era la misma antes de La metamorfosis, que después. Y esto me
lleva a una doble reflexión: Por un lado, me pregunto sinceramente qué es un
buen escritor. ¿El que escribe bien?
¿Aquél cuyos libros terminan resultando imprescindibles?
¿El que te hace disfrutar con cada frase, con cada palabra? ¿El que te cuelga
de una acción, o de muchas? ¿El que te cambia la vida? ¿El que te tiene
realmente distraída de ti misma, de manera que, durante un tiempo vives en la
novela o en el poema del otro?
Tengo tantas ganas de
contestar que todos.... Ese temblor que está en cada libro, en cada página, y que
es el temblor de la creación (tengo que buscar de quién es esta revelación, que
es una cita). Un temblor que es igual para Shakespeare
que para Marcial Lafuente Estefanía.
Y sin embargo no es así. No es así. Lamentablemente hay libros a los que no
consigo hincar el diente, otros que no consiguen interesarme en la historia que
cuentan, otros cuya sintaxis me chirría.... Y aquí, la segunda reflexión. ¿Vale
decir que hay un libro para cada día? ¿Vale declararse omnívora....y ya está?
Me quedo rumiándolo, pero sin
parar de leer. Ahora estoy abriendo, por
culpa de Iñaki Uriarte, los Ensayos Completos de Montaigne, en la traducción de Almudena Montojo publicada por Cátedra,
y cuya sexta edición acaba de salir. Me parece que son almas bastante gemelas,
y que uno me ayudará a entender al otro, y viceversa. Y anoche terminé una
novela deliciosa, que se me había traspapelado recién empezada: Qué escribes, Pamela, de Enriqueta Antolín. Publicada en un
pequeño sello, MenosCuarto, de Palencia, si, uno de los que descentralizan la
edición en estos momentos agitados y confusos.
En Qué escribes, Pamela, Enriqueta
Antolín narra una historia muy ambigua, con muchas facetas y varias voces,
aunque parecería mandar la de Pamela, la niña que quiere saber las historias de
sus padres, la que padece y las que no. Historias de amor y de amores, y de
traiciones y de ausencias, y cómo cuenta esos que son prohibidos y
autoprohibidos, qué juego de elipses y qué profundidad de sentimientos. Y qué
quiebros en la manera de narrar, y qué gracia para cambiar de perspectiva, y
qué estructura ajustada como los mecanismos de un reloj. Vamos, que la
recomiendo vivamente.
Pero volviendo a mi avidez omnívora, puedo pasar
de la sutileza de
Ketty Antolín a la
¿brutalidad? de Dan Brawn: estoy
esperando ansiosa su Inferno,
(Planeta) que ayer salió a la venta con una tirada inicial de un millón de
ejemplares en castellano, como espero El
último pasajero, de Manel Loureiro,
del que no he leído nada hasta ahora, y como me comeré esta noche La misma ciudad, de Luisgé Martín (Anagrama) que ya lleva unos días mirándome, y como
espero impaciente el Camilleri de
Salamandra que ya está al caer.... ¿Y Max
Brod? Bendito Max Brod que
decidió desobedecer a Kafka, que
permitió que supiéramos, por mucho que él creyera que era un mal escritor.
Ojalá cada escritor que se autoprohibe tuviera un Max Brod que nos lo regala.
- Ediciones anteriores de 'Lágrimas de cocodrilo'
