Ha sentado particularmente mal (y, qué curioso, al parecer a todos
los estamentos, tan enfrentados por casi todo) que un comisario europeo,
que parece saber muy poco de cómo andan las cosas en España, sugiera
que nuestro país adopte cuanto antes el contato laboral único, tan
ajeno, por cierto, a nuestra historia y a nuestras prácticas. Esa
'propuesta' (los eurojerarcas ya no proponen cosas para España, casi las
prescriben, como si sus recetas fuesen infalibles y necesarias) ha sido
rechazada por todos los agentes sociales que este jueves se reunirán en
el Palacio de La Moncloa para debatir cómo llegar a un pacto nacional
sobre el empleo: Gobierno, sindicatos y patronal, amén de la oposición
casi en bloque (con la excepción peculiar de UPyD) se posicionaron
contra el mero enunciado del contrato único con el que Lazslo Andor
conmocionó el martes a la ciudadanía.
Me temo que este rechazo al contrato único planteado por el
comisario Andor, del que unos abominan con la boca más pequeña que
otros, va a ser la única coincidencia en estas horas entre unos
interlocutores a los que veo muy alejados --ojalá me equivoque-- del
espíritu del consenso.
Y es que nuestros agentes sociales andan muy aferrados a sus tesis
de siempre, que son, por cierto, las que nos han conducido hasta estos
seis millones doscientos dos mil parados oficiales. Por eso mismo, y
vuelvo a desear equivocarme, son incapaces de lanzarse a la búsqueda de
formulas radicalmente nuevas que rompan una tradición tardofranquista de
entender las relaciones laborales; ya nada es igual a como era hasta
hace, pongamos, cuatro años, y hay que insistir en que la nueva era
exige mentalidades nuevas. Que, desde luego, no se aprecian ni en
sindicatos, ni en patronal, ni en el Gobierno, ni tampoco en la
oposición. Pero que, sin embargo, se van abriendo paso, aunque demasiado
lentamente, en la sociedad civil.
Si usted, amable lector, tiene a sus hijos en paro --lo que es
bastante probable-- y les pregunta si prefieren un 'no job' a un 'mini
job', me da la impresión de que la respuesta será abrumadoramente la
misma: Más vale tener un empleo, aunque sea a tiempo parcial, aunque
tenga ribetes de precariedad, que no tener ninguno, le dirán, como a mí
me lo han dicho. Lo políticamente correcto sería responder
virulentamente, con alusiones a los 'contratos basura', a la vuelta al
'laissez faire', a los tiempos de la semiesclavitud. Pero esos son
tópicos basados en unos tiempos que difícilmente volverán, sea ello para
bien o, más probablemente, para mal. Las cosas ya no serán como fueron,
porque vivíamos en una economía ficticia --¿cómo diablos podíamos
pensar que en España se seguirían construendo indefinidamente la mitad
de las viviendas de toda Europa?-- y ahora hay que imitar otras fórmulas
laborales, empezando por la alemana, que supongan al menos el alivio
parcial para ese ejército de personas condenadas a lo peor: no tener
nada que hacer, como si sobrasen a su sociedad, a su entorno. Cuando
debería ser precisamente lo contrario.
Menos mal que se va abriendo paso a la idea, hasta hace un par de
años minoritaria, revolcionaria y casi considerada reaccionaria, de que
hay que abaratar las cuotas de los trabajadores autónomos, de que hay
que facilitar el surgimiento de emprendedores, aunque sepamos de
antemano qe muchos de ellos estarán conenados al facaso inical; del
fracaso, como decía Einstein, se aprende, y, por el contrario, del éxito
se puede morir. Lo que ocurre es que ni los sindicatos quieren oir
hablar de rebajas de cuotas, ni la patronal de una primacia de los
autónomos, ni el Gobieno de introducir cambios profundos en la piel
socal, ni las oposiciones de contrariar a sindicatos o patronal. Así
que, una vez más, han sido colectivos variopintos, de economistas, de
catedráticos, de meros observadores atentos, los que han dado la señal
de aviso, en el sentido de que hay que reflexionar, cuando un comisario
¡húngaro! ha venido a decirnos lo del contrato único, que, por cierto,
es algo que no todo el mundo entiende de manera unívoca. Y por ahí, por
los múltiples significados de una nueva forma, plural pero imaginativa,
de contratar, deberían, entiendo, ir las conversaciones, que confío en
que sean muy trascendentales, de este jueves en La Moncloa. Porque la
crisis, ya digo, es laboral, mucho antes que estrictamente económica.
Simplemente, no hay crisis económicas; son políticas. Y políticas, y no
contables, han de ser las soluciones.
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