Se prepara
una Feria del Libro madrileña llena de novedades y de festividades, de la que
seguiremos hablando. Y en la que los críticos literarios tendrán,
necesariamente, un papel que sigue buscando su identidad. Y de la que hay que
hablar.
Hace ya
algunos meses, Ignacio Echevarría,
que ha sido y es un crítico furibundo,
decía algo sensato. A ver, no es que lo de decir algo sensato sea raro en él,
me refiero a que lo que decía era particularmente
sensato, en él y en cualquiera....que se atreva. Aunque, después de pensarlo
semanas, no esté tan de acuerdo. Y ahora, ante el festival de la Feria del Libro de Madrid, me apetece
contarles el tema.
Contaba Echevarría, en una entrevista para
Público -que por cierto tuvo enorme repercusión en la red, y que yo misma cité
en esta columna- cómo la crítica literaria se debe parar a los 35 años. (No es
literal, pero me entendéis). Para entonces, el crítico ya conoce a todo el
mundo: escritores, editores, miembros de jurados, colegas, premios premiables e
impremiables... Ya le invitan a jurados y a prólogos, a presentar libros, a
viajes y a congresos, ya tiene un rol en un medio de comunicación, (de poli malo o de poli bueno), y, sobre
todo, ya tiene amigos. Así que, venía
a decir, la objetividad se caía entre
los compromisos.
Y para
entonces, el crítico tiene su propia red. Pues mira, es verdad. Lo de la red. Y
yo lo reivindico.
A lo mejor
es que yo no creo en la objetividad del crítico, ni siquiera en la mía: si un
libro se me atraviesa -y hay muchísimas razones por las que un libro se me
puede atravesar, empezando por los puros prejuicios, y otras tantas por las que
puede apasionarme o sencillamente gustarme, o hasta resultarme salvable- sencillamente no escribo. Para
empezar, yo no creo que mi gusto sea
universal, ni que pueda sentar cátedra.
Pero, ya pasados hace mucho los 35, sé que hay un grupo de lectores que se fían
de mi. O bien coincidieron conmigo en algunas recomendaciones, o bien coinciden
en el punto de partida -que me parece el caballo de batalla- y deciden probar,
o bien confirmé una intuición que tuvieron en el escaparate de la librería o en
el estante de la biblioteca.
Porque,
claro, los críticos vendemos libros. Pero
también los compramos. Este compramos tendría que tener muchas
comillas, porque es verdad que los editores nos tienen destinados un número de
ejemplares, que nos van llegando puntualmente. Y es verdad, también, que los
editores -que ponen esos libros en el mercado- tienen ya una trayectoria, un
gusto reconocible, con el que coincidimos más o menos. Porque hacen un filtro
fundamental -y es muy importante para ellos, porque en ese filtro, se juegan no
sólo su dinero, sino también su prestigio. Depende tu gusto, un sello editorial
es ya una primera garantía. ¿Redes? Si. Redes.
Pero no son
redes exclusivas, definitivas ni irrompibles. Tenía razón Ignacio Echevarría cuando pedía a los críticos una curiosidad más
allá de los -importantísimos- gabinetes de comunicación de las grandes
editoriales: la busca de los pequeños. De lo que esta casa llama "libroemprendedores", y que están
cambiando un mercado particularmente golpeado por la crisis y por las medidas
políticas, zarandeado por los cambios tecnológicos, creciente en lectores, y
con una comunidad literaria, por así decir, llena de creatividad y ganas. Y una
lo ha hecho siempre, aunque sean tantas las flores que florecen, que diría el
presidente Mao, que a veces es difícil llegar. Y que, el que Echevarría o yo lo intentemos, no viene
a ser suficiente.
Los editores
pequeños tienen dos tareas por delante, literariamente hablando: la primera,
ceñirse a un gusto. El que sea, y por donde sea. El suyo, el de sus afines. Que
es un terreno muy amplio. Han de construir un catálogo con una coherencia, la
que sea. La segunda, generar sus propios críticos. Si, los que defiendan
-porque comparten- sus presupuestos. Estéticos y éticos. Los de sus autores.
Los de su cuadra. Aquellos por los que ellos apuestan.
Decía al
principio que está al caer ese festival estupendo que es la Feria del Libro de Madrid. Sé que Diariocrítico y Ociocrítico van a convocar a los emprendelibros a una jornada muy especial en el transcurso de la
Feria. Sé que se van a escuchar -y transmitir- problemas y soluciones de esta parte, la más esperanzadora del
sector, y que se va a visibilizar un poco más. Y me alegro.
Y: el
caballo de batalla. Los viejos y los nuevos críticos no van a ser más creíbles
ni más independientes porque sean más feroces. Lo serán por cumplir dos
mandamientos: el primero, no mentir. No dar gato por liebre. Y el segundo: por
dejar expreso desde donde critican. Es decir, sus razones para a o para be. Y
con éso, les aseguro, basta.
- Ediciones anteriores de 'Lágrimas de cocodrilo'
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