Ea. Como se dice en la tierra albaceteña del genial cineasta
José Luis Cuerda, de cuya surrealista e irrepetible película 'Amanece que no es poco' podemos remedar el título. Porque, tras los petardos de las dos anteriores corridas de a pie, llegaron los toros y les respondieron a su manera los toreros. No es que fuese un festejo para la historia, pero al no faltar el elemento esencial de la Fiesta, el bicorne, en diversa catadura, y hacerle frente, en variada condición, los espadas, nadie se aburrió y la función transcurrió con interés.
Y es que ese honrado y ejemplar ganadero, no confundir con ganaduro, que es
José Escolar, trajo al examen venteño una corrida de toros, con cuajo y seriedad, con diferente condición de casta, sin alcanzar la bravura, aunque mucho se le acercó el tercero, e incluso el cuarto, que tras cumplir en el tercio de varas, duró poco y casi se rajó en la muleta. Sólo desentono el primero, mansote, abantote y sosote. Además, salvo éste, todos acudieron al caballo desde lejos y no huyeron de los petos.
O sea, una corrida. O sea, que hubo toros, que no sólo se aplaudieron tras entregar su vida, como ocurrió con tres de ellos, sino que la bella estampa del cárdeno último, puro Albaserrada, también hizo restallar ovaciones al público. Eso sí, tras una buena pelea en varas, el animal se fue apagando, pese a las probaturas en distancias y terrenos de
Alberto Aguilar, valiente y decidido en los medios y ya al final en tablas.
Sigue pidiendo sitioSu otro enemigo sí que humillaba y el madrileño, que no perdonó un quite capotero en toda la tarde, se puso de nuevo en el sitio exacto para pasarlo en redondo y al natural en series cortas y emotivas, que también fueron a menos en vistosidad, por lo que no llegaron a calar a tope y el premio de oreja que se barruntaba no llegó a caer en el esportón de un Aguilar que volvió a pedir sitio, como en la pasada goyesca, cuando sí hubo trofeo.
Quizás el público, o parte de él, quería las suertes perfectas y artísticas, en detrimento de la emoción, quizás. Y, así,
Rafaelillo, que dio distancia, temple y largura al cuarto -con el que se lució en banderillas
José Mora, obligado a desmonterarse-, un animal que -¡noticia, noticia!- tomó tres varas, tres. Mas tampoco la faena del murciano llegó al fondo del alma de los parroquianos, o parte de ellos, pese a la entrega y sabiduría hasta que el bicorne se fue apagando. Con su primero, el de menor condición incluso en el caballo, Rafaelillo esquivó con solvencia los gañafones que le tiraba a la defensiva.
Sí hubo arte en bellos pasajes de la faena de
Robleño al segundo, sobre todo con la derecha, mitad mando, mitad caricia. Y aún más en esos monumentos escultóricos que fueron los pases de pecho, pero al de San Fernando le faltó un poso de quietud y ligazón para redondear. Lo mismo que aconteció con el quinto, por lo que el animal fue aprendiendo y adquiriendo peligro.
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