Son bastantes los titulares de periódico, las
crónicas radiofónicas, que nos recordaban este domingo que el segundo
aniversario del 15-m, cuando los 'indignados' se echaron a las cales
españolas, está ahí, a punto de cumplirse y ¿de revivirse? . Poco hemos
sabido en los últimos meses de este movimiento, al menos en cuanto que
es una movilización (des) organizada: sus dos principales mentores, dos
prestigiosos nonagenarios, han fallecido sin que se les rindieran
demasiados homenajes, la 'primavera' de algunos países árabes se ha
convertido en un duro invierno y aquí, en España, la verdad es que ha
habido cuestiones reivindicadas por el 15-m, como los desahucios, que
han experimentado alguna evolución positiva gracias más bien a
dictámenes que venían de la Unión Europea que a las movilizaciones
callejeras, escraches --palabra en fulminante desuso, menos mal--
incluidos.
Desde luego, no seré yo quien diga que
el 15-m no ha servido de nada, ni quien lo dé por muerto: confieso mi
ignorancia acerca de muchos aspectos relacionados con la maquinaria
interna del colectivo indignado, si es que puede hablarse de un solo
colectivo. Pero sí sé que se da, más que hace dos años, un caldo de
cultivo para que la frustración ciudadana ante las políticas que se
llevan a cabo, o ante la falta de ellas, estalle en movimientos sociales
ahora aún impredecibles: han empeorado las valoraciones ciudadanas de
Gobierno y oposición --nuevamente tremendas las encuestas que aparecían
en las últimas horas en algunos medios--, ha caído en picado el
prestigio de la Corona --aunque detecto algún plan inteligente para
detener esta caída--, la generalidad de los españoles ha seguido
empobreciéndose y colectivos como los de la educación, la sanidad o los
afectados por las preferentes siguen manifestándose intermitentemente
sin que se detecte una reacción suficiente por parte de eso que se llama
clase política, en general, y Gobierno, en particular, para contentar
algunas reivindicaciones. Aunque, eso sí, desde el Ejecutivo se han
paralizado 'temporalmente' un par de iniciativas ministeriales que
estaban provocando muy hostiles reacciones en la ciudadanía.
Reconozco que
acogí con simpatía inicial y cauta el movimiento indignado, porque yo
mismo, sin duda como usted, querido lector, estaba y estoy indignado
ante muchos espectáculos de ineficacia, de dejadez, de egoísmo o de pura
y dura corrupción. Luego, el patente caos en el que cayó el 15-m, junto
con algunos excesos de violencia callejera, me alejaron. La verdad es
que me parece que no he sido el único en alejarme: en estos dos años,
las protestas masivas no han sido muchas, los sindicatos andan con pies
de plomo y el seguimientos del 1 de mayo disminuye, los colectivos
sociales, esos que conforman la sociedad civil, están como aletargados,
pesimistas, quizá esperando nuevos golpes fatales.
En general, el
comportamiento de los españoles ante el azote de la crisis es, hasta
ahora, afortunadamente templado, y se conforman, nos conformamos, con
reflejar nuestro desinterés, quizá desprecio, por la cosa política a la
hora de responder en las encuestas; veremos qué ocurre cuando se
convoquen elecciones, que quizá constaten que estamos en el principio
del fin del bipartidismo imperfecto que nos rige, que se hace
imprescindible un cambio de rostros para que cambien las políticas y que
el partido abstencionista puede ser uno de los más votados.
Pero hoy, ya digo,
toca esperar a ver si esa templanza de la gente normal y corriente,
como usted y como yo, se mantiene. Y este segundo aniversario del 15-m
podría ser un buen momento para hacer un repaso de lo que ha ocurrido, y
lo que no, en estos dos años trepidantes, demasiado trepidantes, por un
lado, y de sosiego de ideas a la hora de ejercer la gobernación del
Estado, excesivo sosiego a mi modesto entender, por otro.
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