Con ellos y ese público tan especial que asiste a los festejos de rejoneadores, a 'los caballitos', como en cierto tono despectivo se les denomina, suele llegar el corte de orejas, el triunfo y hasta la Puerta Grande. Como aconteció en la tercera del abono isidril, sucesora de los dos aburridísimos espectáculos anteriores, mayormente por el descastamiento de los bicornes -de
Pereda y
Los Bayones-, menormente porque tampoco los coletudos lograron lucimiento.
Pero con ellos llegó el escándalo... del éxito apoteósico, Algo lógico en el caso de
Diego Ventura, que con su lidia ortodoxa y espectacular cortó una y dos orejas de su lote y alcanzó su decimoprimera Puerta Grande de Madrid, plaza a la que enloqueció con su caballo Morante -normal, con ese nombre, ¿no?-. El toricantano
Mariano Rojo se conformó con una ovación en el de la ceremonia y también echó una oreja en su esportón frente al quinto. Algo que habría logrado
Leonardo Hernánez hijo, de no fallar a la hora de matar.
Tras este paréntesis del arte de Marialva, vuelven las corridas a pie, y lo hacen con una torista, tan del gusto de Las Ventas en general y de sus aficionados más exigentes en particular, la de
José Escolar, ganadero que jamás se prestó a bajar la casta de sus bicornes, por lo que las figuras huyen de ellos como de los recaudadores de alcabalas. Pero tres torerazos de a pie les harán frente.
Rafaelillo, Fernando Robleño y
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