jueves 09 de mayo de 2013, 13:04h
Decía Jardiel Poncela
que "existen individuos que hacen lo que no dicen, dicen lo que no
hacen y se creen firmemente haber hecho lo que no han hecho". Aquel
intelectual, provisto de un cinismo inteligente y de una ironía
finísima, superviviente en la España mediocre de los años
cuarenta, diagnosticaba los comportamientos humanos de sus congéneres
con el mismo sarcasmo que retrataba la sociedad en la que le tocó
vivir. Hay autores que no se pasan nunca de moda y Poncela es uno de
ellos. Si viviera en estos días de pantomimas mal representadas, no
le sorprendería nada de lo que acontece. Pongamos por caso el debate
sobre la coyuntura económica que acabamos de presenciar y apliquemos
el foco a sus dos protagonistas principales, comprobaremos entonces
la permanencia en el escenario político de personajes tan endebles e
impostores como los que armaba el escritor.
Ahí tienen ustedes al
Presidente del Gobierno de España, proponiéndose como un buen padre
de familia que no se gasta más de lo que entra en casa. Si esta
versión de administrador sensato y consecuente no termina por
convencer a los españoles, tiene otra más contundente: gestionar el
país como lo haría un director general en una empresa puntera.
Cuando se esperaba de él que combatiera la depresión social que nos
invade y nos propusiera nuevos proyectos ilusionantes, se nos ha
presentado como una abuela ahorradora o un administrador de
comunidades de vecinos. Necesitábamos un político con mayúsculas y
Rajoy ha vuelto a enfundarse el terno triste del burócrata realista.
Todas las previsiones voceadas desde la tribuna de ahorradores son
deprimentes, nada de lo prometido es posible, terminaremos la
legislatura con un millón de parados más y una deuda pública
prácticamente impagable. Nada será ya como antes, ni siquiera
parecido. Los datos estadísticos más positivos resultan
incomprensibles para la mayoría de los ciudadanos y Rajoy debería
saber que los bocadillos de macroeconomía no alimentan nada.
La negrura se apoderó
también de Alfredo Pérez Rubalcaba. Perdió demasiado tiempo en
denunciar que la terapia contra la crisis que se aplica en Europa
está matando al enfermo y consumió muy poco en explicar la suya. La
alternativa dibujada por Rubalcaba parece cogida con alfileres, y esa
chulada de "no quiero la política de Zapatero ni la de Rajoy,
defiendo la política de Rubalcaba", se quedó en muy poco. El
líder socialista continúa la travesía del desierto cargado con una
pesada mochila repleta de pasado y muy pocos de los suyos caminan
junto a él, están demasiado distraídos con sus soberanismos
absurdos, sus populismos irresponsables y sus maniobras internas para
ocupar la sede central en la calle Ferraz.
Los españoles esperamos
un día que nos lleve hasta la salida del túnel, pero solo
proliferan hombres grises embutidos en trajes grises.