lunes 06 de mayo de 2013, 17:26h
Que estamos, como
decía el CIS, entre el muy mal y el mal, se hace cada vez más evidente. Que el
presidente que prometió bajar los impuestos, don Mariano Rajoy, los haya subido
nada menos que 30 veces en 16 meses, no resulta tranquilizador ni fiable. Él
asegura que, de no haberlo hecho, ahora estaríamos rescatados, pero como no hay
pruebas que avalen sus palabras, no me siento en la obligación de creerle. Es
verdad que la irresistible ascensión de la prima de riesgo y los intereses de
nuestra deuda han bajado considerablemente, pero ese tanto se lo apuntan todos:
el Gobierno por su política y Bruselas por las compras masivas del Banco
Europeo. Lo que ya parece claro es que
más impuestos no se pueden aguantar y que, pese a todo, los resultados a la
hora de recaudar no han sido los esperados y se ha metido la pata en muchas
cosas, valga como ejemplo la subida del IVA en cultura -que era y es absurda- y
el desalentador futuro -si es que aun hay futuro- para la Ley de Dependencia.
Y llega el PSOE y
Rubalcaba presenta todo un plan de medidas para salvar in extremis la crítica
situación de la economía española y el drama personal de seis millones de
parados. Uno lee el "plan de choque" del líder socialista y no suena nada mal.
El problema, como siempre, llega después de la ilusión de la primer vistazo: ¿De
dónde se saca todo ese dinero? ¿En qué cajón guardan los ayuntamientos,
endeudados hasta las cejas, lo que Rubalcaba les pide? ¿Y las autonomías, que
sieguen sin cumplir -no todas- los topes marcados? ¿Y para qué sirve un
Gobierno -y de dónde saca el dinero- para ayudar a todas las empresas en
dificultades subsidiando la mitad de un puesto de trabajo? Si es que, además,
Bruselas ya le ha dicho que el dinero que se da para una cosa, no se puede
emplear en otra. Es verdad que Alemania hizo algo parecido y le salió bien,
pero España, ay, no es Alemania.
Pero de todas
formas no está nada mal que, posible o utópico, el PSOE ofrezca alternativas
concretas y sería un enorme error del Gobierno negarse al menos a discutir esos
puntos porque tal vez de la discusión salgan acuerdos intermedios, medidas
posibles y consensuadas que no van a ser la varita mágica que lo solucione
todo, pero si un bálsamo que calme al menos tanta sangría. Es necesario hablar,
discutir, no cerrar puertas a nadie y si el Rey puede, quiere o debe intentar
pilotar o potenciar esos encuentros, lo absurdo es ponerle la proa directamente
y hacer de una iniciativa bienintencionada, una polémica estéril. A mí me da
igual quién reúna a las partes, lo que quiero es que se reúnan y que lo hagan
sin apriorismos porque si ante los planes que pueda presentar el PSOE el PP ya dice que son hipócritas, pues no
vamos a ninguna parte.
Pero está claro
que si todos arriman el hombro un poco, si los empresarios que ganan renuncian
a parte de sus beneficios, si los sindicatos "enfrían" la calle y pactan con
flexibilidad según las posibilidades de cada empresa, si el PSOE asume sus
errores pasados y quiere hacer borrón y cuenta nueva y si el Gobierno reconoce
sus errores presentes y es capaz de corregirlos, entonces, y sólo entonces, nos habremos puesto a caminar todos por la
misma acera. Y eso no va a acabar con el paro de la noche a la mañana, ni
puestos de acuerdo un lunes la crisis va a terminar el martes: no hay milagros.
Lo que hay es la necesidad de hacer un diagnostico claro, aceptar soluciones
pensando en España y no en el partido y buscar aliados en el Sur para que
Bruselas se de cuenta de que el sacrificio puro y duro no lleva a ninguna
parte, en todo caso sólo a la derrota final de todos.