Las encuestas lo certifican para España, como antes lo
hicieron en otros países europeos y latinoamericanos: el bipartidismo, que ya
era imperfecto, se está muriendo, y la agonía parece tener escaso remedio. El
sistema tradicional español, basado en la alternancia PP-PSOE, con una moderación
institucional desde la Corona,
se resquebraja. Y partidos con mayor carga ideológica 'radical',
específicamente Izquierda Unida y UPyD, van llenando los huecos que el
electorado de los dos 'grandes' deja, según los sondeos -y la
evidencia--, vacíos. El bipartidismo ha muerto, viva la incertidumbre.
El tema tiene mucha mayor importancia de lo que parece, si
es que admitimos que los millones de votos que estaban 'cautivos'
en poder de socialistas y 'populares' han ido a parar a tierra de
nadie, y muchos de ellos se dirigen hacia formaciones sin experiencia de
gobierno y con programas que podrían considerarse, a priori, de difícil
cumplimiento sin un choque serio con poderes institucionales. Podríamos hablar
de otros muchos ejemplos europeos, desde la Italia simplemente ingobernable hasta la Francia donde Marine Le
Pen se ha convertido en la nueva Juana de Arco. O la Gran Bretaña donde el nuevo
Partido por la
Independencia (UKIP) pone en jaque a laboristas y, sobre
todo, a conservadores. Las formaciones tradicionales han dejado de imponer sus
leyes y costumbres, probablemente porque estas se corresponden con una era que
ya no volverá ni para las propuestas, ni para las concepciones, ni para el
diseño de soluciones.
Confieso que el cambo que viene, aunque lo considero
necesario e inevitable, me da miedo; desde luego, no comulgo, aunque teóricamente
a veces no queda otro remedio que simpatizar con ellos, con los movimientos más
o menos anarquistas y, en otro plano, no acabo de entender ni las premisas de
las formaciones nacionalistas (no me corresponde; el nacionalismo es un estado
de espíritu y yo no me siento instalado en él) ni muchos de los postulados de
formaciones como IU o UPyD, quizá porque, lógicamente, carecen de un programa
de gobierno cerrado y mucho lo fían a la crítica a la por otra parte desastrosa
actuación de sus 'mayores'.
Esta crítica, en Europa, ha propiciado ( y conste que para
nada -para nada-- hablo aquí de siglas como IU o UPyD, que están
inscritos, aunque sea a su manera, en el 'status quo') el
surgimiento de partidos 'piratas', de grupos antisistema,
extremistas hacia uno u otra lado, insolidarios con la inmigración y puede que
un punto racistas, si se considera un extremo, o claramente anarquistas, si nos
vamos al otro. Desde luego, la vieja Europa, tal y como la concebimos, no puede
estar regida por formaciones nacidas de la frustración colectiva con los
grandes partidos, impulsadas por las tesis más extremas y que buscan hacer tabla
rasa de lo existente, o al menos eso es lo que dicen mientras se encuentran en
el confortable alojamiento ideológico de la oposición: son partidos o grupos
que son esenciales para la crítica a los 'grandes', pero que de
ninguna manera, en mi opinión, están aún preparados para sustituir a esos 'grandes'
en las tareas de la gobernación de millones de ciudadanos.
En España, el ascenso de IU, la coalición que aglutina sobre
todo el Partido Comunista, y de UPyD, un partido que responde sobre todo al carisma
populista de su lideresa, Rosa Díez -bien apoyada por cuadros
interesantes--, significa sin lugar a dudas que el electorado del PSOE, que fue
el partido que se 'merendó' al hasta entonces pujante en la
clandestinidad Partido Comunista, vuelve sus ojos hacia las viejas soluciones,
y que los votantes del PP, hartos de indefiniciones y de falta de propuestas
ilusionantes, buscan una salida más 'radical' que la que representa
un programa electoral incumplido a fondo. Los demás, ya se sabe, pasan a
engrosar las filas de los 'indignados' que se manifiestan a la
menor ocasión, o de los 'pasotas', a los que va a costar recuperar
para que acudan a unas urnas de las que han abdicado.
¿Es todo ello una consecuencia de la crisis económica? Claro
que no, en mi opinión. La crisis es política, y de enorme calado; los partidos,
a su paso por el Gobierno o por la cómoda poltrona de la oposición, han
descuidado su formación teórica, su moralidad práctica, su ética pública y su
estética privada. Han olvidado que existe la gente, esa maravillosa gente que
anda por las calles y de cuyos impuestos y votos vive la casta política, han
dejado de darle la mano excepto en los mítines electorales y de convivir con
ella en los restaurantes de menos de cuatro tenedores.
Si hay crisis, será, sobre todo, de valores y de ideas: que
no culpen exclusivamente a los recortes económicos de su enorme pérdida de
popularidad. Estoy seguro de que los españoles, los europeos, serían capaces de
afrontar el 'sangre, sudor, lágrimas y esfuerzo' si se les hubiese
presentado con la verdad por delante, sin maquillajes ni trampas y proponiendo
un nuevo estilo de gobernar, mucho más participativo. Pero eso no se ha hecho.
Que no lloren ahora por lo que gritan sondeos como el que este viernes se hace
público por el CIS. Se lo merecen, tal vez nos lo merecemos todos, en el grado
en el que hayamos sido cómplices de haber llegado hasta donde hemos llegado .
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