Las
banderas republicanas menudearon en las manifestaciones de 1 de mayo.
Acaso, decían los cronistas de las radios, más que otros años; , sin
embargo, el Rey, que había adelantado su presencia pública tras la
última operación, en un esfuerzo de cercanía a los ciudadanos, fue
aplaudido horas antes cuando se le vio en el palco del Real Madrid. El
paralelismo entre estas manifestaciones, con cientos de miles de
participantes, y el boato de algunos actos oficiales, principescos, que
engullimos en las televisiones, puede dar lugar a algunos comentarios
demagógicos, pero el haz y el envés de las imágenes es tan patente que
no me resisto a comentarlo.
Vivimos
en el país de los contrastes, una nación en la que todos dicen en voz
alta que quieren pactar con los de enfrente y, sin embargo, a
continuación dedican sus mejores esfuerzos a insultarle y a culparle de
ser él, el de enfrente, quien no desea, en verdad, el acuerdo. Nación
singular la de estos seis millones y un largo pico de parados, la que
tiene aún más millones de mileuristas, de la que escapan los jóvenes
mejor preparados, y en la que, sin embargo, algunos potentados son
llamados a los tribunales por haber realizado pagos ilegales buscando
los favores de un partido político. Habitamos un mundo en el que
triunfamos -aunque quizá no sea el mejor día para decirlo-en los
deportes, al tiempo que asistimos a un juicio claramente desmesurado por
dopaje en ciclismo.
Claro
que los contrastes, la diversidad, son elementos necesarios en la
marcha de los colectivos. Ya sabe usted: tesis, antítesis y síntesis
hegelianas. Pero tengo la impresión de que estos contrastes, cuando son
excesivos, se convierten en contradicciones. En el momento en el que
quienes dirigen los destinos del Estado hablan de la necesidad de
cambios y, sin embargo, los retrasan 'sine die', hay que empezar a
pensar que algo muy serio está ocurriendo. Cuando se pregona la
transparencia y, sin embargo, jamás padecimos tanta impermeabilidad
informativa, preciso es preguntarse si no estaremos en una involución
que va mucho más allá de lo político: quizá haya que asumir que nos
acercamos al país de nunca-jamás, al de 'vamos a contar mentiras,
tralará', al Estado cachondeo, al disparate.
No
quisiera dar la impresión de que exagero para lograr más o menos
brillantes metáforas. Es que acaso esos contrastes, y otros muchos que
podría enumerar hasta casi el infinito, muestran que nunca, desde hace
muchas décadas, las dos españas se mostraron con mayor nitidez que
ahora. Y ocurre en unos momentos en los que precisamente desde la calle
nos/les llega más fuerte el clamor pidiendo mayor unidad frente a la
crisis, acuerdos, pactos por doquier. Escuché el grito a muchos
manifestantes del 1-m, pero también oí a algún dirigente
sindical decir que ahora esos pactos están "más lejos que nunca". Ya
digo: país de contrastes. País de locos. País.
Lea también:-
Los sindicatos insisten en la necesidad de un gran pacto ante la "emergencia nacional" del paro-
Rajoy no quiere ningún pacto con los 'herederos' de Zapatero -
¿Hay que ir al pacto entre los principales partidos?
>>
El blog de Fernando Jáuregui: 'Cenáculos y mentideros'>>