Hace
doscientos años que nació Richard Wagner,
y las sociedades wagnerianas se preparan para celebrarlo. La publicación en
castellano de su panfleto antijudío, lo coloca en su sitio, como fundador del
antisemitismo laico. O si se prefiere, de la columna vertebral del nazismo.
"Estimado lector, está sosteniendo en sus
manos un texto infame." Así empieza Rosa
Sala Rose el extenso prólogo que antecede al efectivamente repugnante
panfleto de Richard Wagner, El judaísmo en la música, que acaba de
publicar Hermida Editores. Rosa Sala,
germanista especializada en el estudio del nazismo "desde el punto de vista de
la historia de las mentalidades", edita el panfleto en su segunda versión, que
ampliaba en 1869, recogiéndolo íntegramente, la primera publicación de casi
veinte años antes. Y demuestra cómo, no sólo su antijudaísmo visceral está
presente en su música misma, sino cómo su argumentario supone una novedad sobre
el "antisemitismo histórico", cómo está en la base de todo el pensamiento de Wagner, y cómo fue recogida por el
Partido Antisemita fundado algunos años después.
El texto
mismo es sencillamente de vomitar. Y no sólo por el resentimiento hacia músicos
como Mendelssohn o Meyerbeer -cuyo pecado fue apoyarle en
sus inicios- sino por su racismo, (ese racismo tópico y mentiroso, como todos
los racismos, de "los negros huelen mal"). Inaugura, superando el "pecado
deicida" de los cristianos, y en pleno momento histórico de la emancipación civil de los judíos, un racismo que
pasa por la descripción de la "raza judía" y de su inferioridad, a partir del
"asco profundo" que le producen. "Ya no
hay músicos rubios", viene a decir en un momento dado, de su paranoia
persecutoria. Como si no hubiera judíos rubios! Y gitanos rubios, y musulmanes
rubios! Inaugura también el antijudaísmo genealógico -cualquier hijo o nieto o
biznieto de cualquier judío o judía es judío: ya sabemos los frutos en sangre,
sufrimiento y muerte, que daría unos años después esta idea gloriosa- y lanza
la consigna que harían suya los odiosos sicarios de Hitler: el
hundimiento. La necesidad de la aniquilación física de todos los judíos
y sus ocasionales descendientes.
Y todavía le
extraña -en la segunda parte, con el panfleto íntegro y dando la cara: la
primera la publicó con seudónimo- que la cosa sentara mal, no sólo a los
intelectuales y músicos judíos, sino a muchas otras almas civilizadas de
Europa!!!! Y eso que se hace la víctima de una confabulación judía -por cierto,
inexistente aunque estaría más que justificada- en su contra.... La víctima era
él. Y Alemania, por supuesto..... Un miserable, vaya. No seré yo la que celebre
su bicentenario. Y es que a mí me da
mucha dentera Wagner. Con humor lo
decía Woody Allen: "Cada vez que
escucho a Wagner me dan ganas de invadir Polonia".
Ah, Wagner odiaba también a los
periodistas, y eso que "tuvo" que ejercer el oficio en sus años pobres de
París. Curioso autoodio: con sus "amigos judíos", con sus colegas de las épocas
difíciles.... Qué asco, por dios. Y por lo que toca de periodista, y para
desintoxicarme un poco, que esto es pringoso,( y lo que toca por otro lado ya
todo el mundo lo sabe), quiero saludar un libro precioso, el de José María Izquierdo ¿Para qué servimos los periodistas?(Hoy),
recién publicado por Catarata. Con humor, con rigor y con sencillez, y con la
sabiduría de una experiencia ya larga, José
Mari Izquierdo va desgranando y engranando los problemas de los medios
informativos y los periodistas en este
momento, si, cuando la crisis tiene cara de terminal, y las redes sociales
parecen ponernos en jaque. Y va poniendo a nuestro alcance una conclusión: la
información completa (estudia, estudia mucho, dice en un momento dado al joven
periodista), la jerarquización de los hechos (en el mundo pasan millones de
historias que merecerían ser contadas, pero unas más que otras) la elaboración
de criterios, y la contextualización y el contraste de las noticias con todas
las partes implicadas, son bastante difíciles de conseguir de uno en uno... con
la rapidez necesaria. Y lanza
alternativas, claro. Y hace un canto a esta profesión maravillosa -diga lo que
diga Wagner- y a su futuro, porque la información veraz y de fiar seguirá
siendo una necesidad y un privilegio de la sociedad democrática. Un libro muy
recomendable para saber eso, para qué servimos los periodistas decentes.
P.S. Y me
pregunto: ¿merecía la pena la publicación del panfleto wagneriano? ¿Merecerá la
pena este artículo mío? Algún día, quizá, en esa historia del antisemitismo que tan bien contó Poliakov, pero que no termina, consigamos ver, y erradicar sus
últimos frutos. Que siguen siendo amargos. Y a lo mejor por ahí....
- Ediciones anteriores de 'Lágrimas de cocodrilo'
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