Mucho han cambiado las
cosas (demasiado, dirían algunos) prácticamente en todos los sectores, y el de
la Farmacia no podía, ni quería, ser la excepción. Antes bien, es sin duda uno
de los que con mayor profundidad han evolucionado, tal vez quizás por ser uno
de los más antiguos y necesarios.
Si viajamos en el
tiempo, podemos llegar al siglo XVI y encontrarnos con una obra publicada en
Sevilla en el año 1536, 'Diálogo llamado Pharmacodilosis', escrita cuando aún
no tenía intereses en el uso de los remedios americanos que poco a poco habían
de ir invadiendo nuestra Farmacia, y en la que Monardes se mostraba opuesto al
uso de plantas exóticas por considerar que éstas podían estropearse durante su
transporte desde la lejana América y en su posterior almacenamiento.
Desgraciadamente, cuando
tuvo intereses personales en el comercio de esas mismas plantas americanas que
antes había considerado casi un peligro, no dudó en cambiar de opinión y
mostrar una nueva actitud, favorable sin reticencias de ningún tipo a las
drogas americanas, una nueva opinión que expuso en su obra magna: 'Historia
medicinal de las cosas que se traen de nuestras Indias Occidentales'.
Alguna de estas
plantas, como el guayaco o la triaca, gozaron de un gran prestigio por sus
propiedades medicinales y curativas durante ese mismo siglo XVI, hasta el punto
de que esta última llegó a ser elaborada públicamente por los especieros más
ricos y famosos, mientras el Colegio de Farmacéuticos de Madrid conseguía en el
siglo XVIII la exclusividad de su elaboración, en una demostración de fuerza y
poder por parte de los médicos galenistas y de los especieros y boticarios
especializados en el arte operatorio tradicional.
Pese a ello, en los
comienzos del siglo XVII, podía considerarse que la Medicina y la Farmacia seguían
siendo renacentistas, aunque se contaba ya con una farmacopea, la 'Officina
Medicamentorum', que ya incluía algunas drogas llegadas de tierras americanas,
como el palo de guayaco.
Todo lo anterior
cierto, pero más cierto aún que el farmacéutico era un auténtico maestro, un
verdadero "confeccionador" (no en vano sus preparados llevaban el nombre común
de confección) de fórmulas magistrales que ya alcanzaban fama por sus poderes
curativos en tiempos del Quijote, como el "mitidrato" o la "triaca magna",
medicamentos considerados greco-romanos y usada la segunda de ellas para fines
tan variados como prevenir la enfermedad, socorre toda clase de venenos, sanar la
mordedura de perros rabiosos, defender el cuerpo de los dolores viejos o remediar
las lombrices y disenterías, entre otras muchas
aplicaciones, o los renacentistas "emplasto de Juan de Vigo" o "polvos de Juan
de Vigo" (Giovanni da Vigo fue un famoso cirujano italiano, muerto en el siglo
XVI, autor de un tratado de medicamentos simples y antídotos considerado como un
puente entre la medicina de la antigüedad, la árabe y la renacentista.
Lejos, muy lejos han
quedado esas imágenes no ya de aquellos siglos sino incluso del pasado, del
farmacéutico vestido de blanca bata y preparando sus compuestos, sus fórmulas
magistrales para alivio del dolor ajeno. Y muy lejos han quedado también las
imágenes que las grandes farmacias con sus anaqueles y vitrinas cubiertas de
frascos en loa que se guardaban los elementos primarios con los que llegar, a través de las fórmulas
correspondientes, al resultado que había de llevar la sanación al enfermo.
La farmacia moderna,
la farmacia de este siglo XXI, se ha convertido en un local diáfano y luminoso,
con vitrinas cada vez más modernas y
cajoneras adecuadas, con estanterías repletas de cajitas multicolores que
guardan todo tipo de medicinas presentadas hoy en
cápsulas, comprimidos y sobres de los más diversos tamaños y formas que
encierra aquellas fórmulas tradicionales ya elaboradas de manera industrial y
sin el cariño y el calor humano que el farmacéutico volcaba en su preparación.
No obstante, aunque
desprovisto de su mortero y su maja, el farmacéutico sigue ocupando, ayer como
hoy, un lugar importante en la restitución de la salud a los enfermos, porque
sus conocimientos han seguido en aumento y aún sin elaborarlos, sabe en cada
momento cuales son los componentes de todos y cada uno de los medicamentos que
expende, lo que le permite, en todo momento, solucionar las dudas que con gran
frecuencia les plantean los clientes.
No obstante, aunque
desprovisto de su mortero y su maja, el farmacéutico sigue ocupando, ayer como
hoy, un lugar importante en la restitución de la salud a los enfermos, porque
sus conocimientos han seguido en aumento y aún sin elaborarlos, sabe en cada
momento cuales son los componentes de todos y cada uno de los medicamentos que
expende, lo que le permite, en todo momento, solucionar las dudas que con gran
frecuencia les plantean los clientes.