martes 16 de abril de 2013, 09:07h
En palabras sabias de Miguel Herrero de Miñón "quien no perciba la
diferencia entre una bandera en una batalla y una señal de tráfico en la
carretera poco entenderá lo que son las formas simbólicas". O citando al
antropólogo Leslie White, somos "animales simbolizantes". Con esa reflexión
nació la Antropología Simbólica, con el objeto de estudiar los géneros públicos
de metacomunicación, y el papel de los símbolos en los procesos sociales y
culturales.
Una parte de ese estudio se centra en los símbolos políticos que
apelan a nuestra irracionalidad, de enorme potencia y capacidad de
movilización. Una de las razones de la fragilidad en la estructura de la Unión
Europea es la falta de capacidad evocadora de los símbolos comunes, incapaz de
superar los nacionales.
El valor simbólico de una monarquía en un sistema parlamentario es
enorme. El rey, reducido a un rol funcionarial por el cual está sometido al
poder legislativo y ejecutivo, encarna, al igual que los funcionarios, la
permanencia del Estado en un sistema en el que todos los niveles políticos
pueden, y deben, cambiar. Sirven así de "estratos de protección" usando los
términos de Max Weber. Los "símbolos de acompañamiento", por seguir utilizando
las palabras de Herrero de Miñón, fluidifican los procesos de transición cuando
se sustituye una legitimidad por otra al simbolizar la continuidad del Estado.
Esa dialéctica entre plasticidad y permanencia proporciona seguridad a la sociedad,
aliviando sus temores. Se favorece así la pacificación de los procesos de
cambio reduciendo el derramamiento de sangre.
Lo pudimos ver en el Japón, en 1945. La inteligencia política del
general MacArthur mantuvo como Jefe del Estado al emperador Hirohito. Su presencia
simbólica contribuyó a la pacificación inmediata del Japón ocupado y a la
aceptación, por parte de los japoneses de la rendición de su país salvando así
miles de vidas.
Otro proceso distinto, pocos años después, fue el de la
descolonización de Asia y África. En el caso de los territorios del Imperio
Británico, el papel de la corona fue fundamental. La mayoría de los nuevos
estados quedaron integrados en la Commonwealth, con la reina de Inglaterra
manteniendo su papel de Jefa del Estado. Como en Canadá, Australia, Nigeria o
Nueva Zelanda. El resultado fue un proceso descolonizador notablemente pacífico
si lo comparamos con el francés, cuya república se vio envuelta en los
sangrientos conflictos de Vietnam o Argelia por citar sólo los más conocidos.
En el caso español no es necesario detallar el papel de la corona en
la transición pacífica entre una dictadura y una democracia. Pero los procesos
de cambio en España no han terminado, y se hace necesario reformar la
Constitución y redefinir el Estado de las Autonomías.
Podemos entender la potencialidad política de los símbolos pensando en
dos de esas autonomías. El Euskera y el Catalán son lenguas habladas sólo en
esos territorios, cuya población es bilingüe o castellanoparlante. Pero son
símbolos emocionales de unión en la comunidad, de raigambre con el pasado y de
permanencia en un mundo cambiante. Exactamente igual que la corona para todos
los españoles, incluidos muchos vascos y catalanes. Replantar el árbol de
Guernica fue barato, pero no creo que nadie haya sido capaz de calcular el
coste, en estas últimas tres décadas, de hacer reverdecer y mantener esas
lenguas vernáculas por su simbolismo político. Muchos miles de millones de
euros, sin duda. Más que mantener centenares de Casas Reales, pero es el valor
de los símbolos. Cada vez que Joan Tardá grita "¡Mort al Borbó!" o es expulsado
de la tribuna del Congreso por empeñarse en hablar catalán está rindiendo, sin
saberlo, un homenaje a la irracionalidad de los símbolos políticos. Incluyendo
a la corona.
¿Quién ejercerá mejor el papel de institución protectora, capaz de
someter al ejército en el papel de rey-militar, hablar al mismo nivel simbólico
con la Iglesia y tranquilizar a los sectores inquietos de la población ante las
inevitables transformaciones políticas del Estado Autonómico y las necesarias
reformas de la Constitución? ¿La corona o un presidente propuesto por el
partido político de turno?
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Comentarios
Últimos comentarios de los lectores (2)
20220 | B T-M - 16/04/2013 @ 17:59:48 (GMT+1)
Muchas gracias por su comentario, señor Kroker. En efecto "El sueño de la razón produce monstruos" El genio de Goya ya anticipó lo que luego sucedería por no entender que no todo se puede reducir a la racionalidad. Las emociones y sentimientos pueden hacernos tomar decisiones, incluso, contrarias a nuestros intereses. Qué se lo digan a los economistas tratando de predecir el comportamiento racional del europeo medio. Hasta en los deportes es imposible articular una selección europea, más allá de la Ryder Cup en golf. Y nuestros preclaros periféricos clamando por la seleccioncita del cantón independiente de Otxandoberri del Baix Penedès. Para que digan que los símbolos no son importantes
20216 | kroker - 16/04/2013 @ 17:01:31 (GMT+1)
Exquisito comentario Traben. Es cierto que desde los tiempos de las cavernas, el hombre ha necesitado de sus tótems para invocar lo que hiciera falta, desde sus señas de identidad como tribu, hasta la protección de los dioses. Más de una vez hemos dicho que hemos evolucionado poco, que seguimos con nuestros tics cavernarios, con nuestros tabús, etc.
Es cierto que Europa sigue careciendo de lugares comunes, pues todavía hoy, se conmemora las victorias aliadas sobre el II y III Reich alemán, o nosotros mismos el 2 mayo contra los franceses, los británicos Trafalgar o nosotros mismos el 25 de julio, fecha de la victoria sobre Nelson en Tenerife; así podríamos seguir enumerando, fechas gestas y conmemoraciones de unos europeos sobre otros. Los europeos tenemos poco en común, salvo los intereses económicos o políticos (cada vez más cuestionados por la propia UE), podría decirse que lo único en común es el enfrentamiento habido hasta hace poco más de unas décadas, así que pedirle a los europeos que se identifiquen con un proyecto común, es poco más que un brindis al sol.
Siempre me llamó la atención cuando regresé a España, el poco apego que teníamos a los símbolos nacionales, claro, a medida que creces comprendes el porqué. La bandera nacional, no era sino la bandera de los nacionales, con gallina incluida, la inquebrantable unidad de España estaba lograda a fuerza de bayonetas (como muchas, muchísimas unidades nacionales más), y así suma y sigue.
Por mucho que queramos obviar el hecho, Las Españas están ahí y de alguna manera habrá que articular para el futuro esa unidad. Ya Canadá dio el primer paso en promulgar una ley, para desde el punto vista de la legalidad interna e internacional, el modo y la forma en que una parte del territorio puede segregarse. Hasta ahora el derecho de secesión como tal, no estaba recogido en ningún Tratado Internacional, ni normativa interna alguna. La Ley de Claridad Canadiense, puede ser un buen comienzo, para que cada tribu viva en paz con su propios tótems, sin necesidad de convertir la nación en un río de sangre como Yugoslavia.
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