domingo 14 de abril de 2013, 08:54h
Imaginar que pueda concebirse algo así ya pone los pelos de punta. Solo
por una terrible enfermedad mental, transitoria o permanente, puede uno
pensar que sucedan estas cosas. Pero aun así, encontrando estas razones
síquicas, da pavor sentir que eso pueda pasar. De lo más horrible que
uno imagina. Un padre destrozando las vidas de sus hijos, apretando el
gatillo. Inimaginable. Era cazador. Por eso quizá el sonido de la
dinamita, y el olor pastoso de la sangre, no lo soliviantaba demasiado.
Estaba acostumbrado al rito, aunque claro, esta vez detrás del cañón
estaban sus hijos y su suegra. Y luego su sien esperando. Por esta razón
la policía deducirá que estaba desesperado, que se sentía en el final
de algún malvado proceso mental que comenzó doloroso y terminó oscuro,
haciéndole perder el juicio para llegar al acto más horrible que pueda
imaginarse.
Y eso que vivía en la calle San Francisco de Asís, ese santo rescatado
del tedio de la historia por el nuevo Papa, y que representa el amor
frente al odio, la paz frente a los actos agresivos, la ternura frente
al daño, la comprensión frente al ahogo, la bella humanidad frente a los
síntomas de nuestra bestialidad profunda. Pues allí actuó el perdido.
Bajo los bellos pensamientos de las palabras del santo. El viento le
susurraba, como en la agónica película de Stanley Kubrick El resplandor,
la palabra mátalos despacio. Hasta que Jack Nicholson, con la locura
estallando por sus ojos, inició esa caza de su familia por los pasillos
solitarios del hotel.
Afuera entonces nevaba. El genial director de Odisea 2001 quiso
mostrarnos lo horrible en un escenario blanco y oscuro. La nieve y la
noche. Las luces y el fulgor helado de la nieve. Aquí en La Mancha
seguro que llovía, porque llevamos demasiados días húmedos... Y mientras
el asesino preparaba su armamento, escondido quizá en los rincones
negros, se oía afuera el bello golpe del agua en las tejas y las
antenas, muchas veces sinónimo de seguridad y protección, sobre todo
cuando uno se siente resguardado, seco, en su refugio, y ve estrellarse
la lluvia en los cristales o perderse en la oscuridad del suelo.
Pero el horror es idéntico. De los más horribles que pueden producirse.
Porque del progenitor es de quien se espera el cariño más comprensivo,
el abrazo más protector, y quien ha de salvar al pobre niño de los
peligros del mundo y esconderlo de las fieras. Por eso sentimos que este
tipo de crímenes son los más horribles y despreciables, y también que
lo mejor que puede decirse es que uno jamás imaginaría que alguien
pudiera hacer una cosa así. Pero se hace. ¡La naturaleza humana es tan
contradictoria! La locura es tan real, que no cesa de avanzar a nuestro
lado, como nuestra sombra.