Claro
que me han decepcionado algunas cosas del comportamiento del Rey y de algunos
miembros de su familia en los últimos tiempos. Cómo no. Pero detecto un afán de
acoso extra que me preocupa. No puede ser casual la aparición del testamento de
Don Juan, coincidiendo con la proliferación de los correos exhibidos por
Diego
Torres, al tiempo que la 'amiga entrañable' del Monarca se 'sincera' (es un
decir) en entrevistas varias, mientras el primo de la Princesa de Asturias lanza
un libro con 'revelaciones' más que discutibles.
No,
nada de esto, ni el tratamiento dado por algunos colegas a una cuestión clave
como es la forma del Estado, me parece casual. Porque las casualidades existen,
desde luego, pero dan paso, por repetidas, a causalidades que resultan
'operaciones', 'maniobras orquestales en la oscuridad' o 'montajes' de toda
laya. Se ha lanzado, supongo que desde frentes varios, un "¡a por ellos!" que
no abarca solamente al jefe del Estado, a su yerno y a su hija menor.
Las
insinuaciones, más o menos envenenadas (pero siempre envenenadas), van ya a por
el
Príncipe y sus relaciones con doña
Letizia Ortíz, a por el conjunto de la
familia real. Estamos, quizá aprovechando ahora que llega el 14 de abril, ante
el planteamiento de la vieja disyuntiva, tan cara a algunos,
Monarquía-República, ni más ni menos. Todo un plebiscito que ahora,
precisamente ahora, me parece altamente inconveniente y que va mucho más allá
de si Don
Juan Carlos I debe o no abdicar: la cosa va ya a por el heredero, que
es persona ejemplar, perfectamente capaz de asumir las tareas de la jefatura
del Estado.
Y
es que algunos tienen el gen del suicidio colectivo especialmente potenciado
precisamente en los momentos en los que más hay que estabilizar lo esencial,
porque todo se tambalea en torno.
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