Se cierra hoy
una semana que, en mi opinión de mero cronista con muchos años de oficio a sus
espaldas, ha sido verdaderamente lamentable.
Hay quien
afirma, también son ganas de consolarse, que lo que está ocurriendo en estos
días de angustia nacional es, en realidad, reflejo de un pasado indigno que
aflora de golpe, pero que el presente, en lo que se refiere a corrupción y
despilfarro del dinero público, es mucho mejor, más moral; todo está ahora
mejor controlado, te dicen quienes, seguramente con algo de razón, se niegan a
ver el naufragio de lo que algún día pensamos que era un invencible Titanic .
Cuando veo la
pelea entre dos jueces por quedarse con el jugoso -desde muchos puntos de
vista-'caso
Bárcenas', o cuando se constata que un magistrado y un fiscal,
amigos y sin embargo colegas hasta ahora, se tiran los trastos a la cabeza a
cuenta nada menos que de la imputación por diversos delitos (presuntos) de la
hija menor del
Rey, dudo de ese optimismo por lo que es el hoy frente a lo que
fue el ayer. Vivimos, la verdad, en la España de la inseguridad jurídica y
judicial, en la quiebra del Estado autonómico, en la sospecha ciudadana de que
en las alcantarillas se mueven demasiados intereses que hay que ocultar. Y eso,
claro, provoca estallidos sociales indeseables, de los que la punta del iceberg
-volvemos al Titanic-- es eso que se llama escrache y que fue a estrellarse el
viernes contra las paredes del domicilio de la vicepresidenta
Saénz de
Santamaría, que es, dicho sea de paso, uno de los pocos miembros del Gobierno
que aún aparece en público y mantiene, además, muy sensatas posiciones.
Pero es que
resulta que al Gobierno, como ocurre con las pulgas y el perro flaco, le caen
encima todos los cascotes: le piden explicaciones desde por la regulación de
los desahucios -que así de lamentablemente regulados llevan tantos
años-hasta por la herencia de Don
Juan de Borbón. Y el Gobierno, en lugar de
salir al paso de lo que pasa, valga el mal juego de palabras, se encierra en el
silencio, aprovechando que el Parlamento sestea, que los jueces se pelean, que
los medios de comunicación, en parte desprestigiados, no llegan para atender a
todos los frentes y que la sociedad civil, tan secularmente desestructurada,
permanece como anestesiada, sin que el estallido lamentable del
'escrachismo' sirva para desmentir lo anterior, sino, acaso, para todo lo
contrario.
Que un juez al
que muchos quieren desprestigiar -y algo de polémico, eso es cierto,
tiene-impute a una infanta de España no es tan malo como el revuelo judicial y
moral que se organiza a continuación, cuando nada menos que el fiscal
anticorrupción reprocha, utilizando presuntos argumentos jurídicos, a ese juez
paisano que haya procedido a la tal imputación, lógica a los ojos de muchos,
tal vez dudosa desde la pura técnica procesal; doctores, demasiados a lo que se
ve, tiene la Iglesia. Que un tipo al que usted no confiaría la custodia
de su casa tenga en jaque al partido gobernante puede no resultar tan
grave como el hecho de que un juez que se ha desempeñado en los casos más
sonados, como el del 11-m, intente, por lo que parece puro protagonismo,
quedarse con el asunto del ex tesorero y sus posibles ramificaciones con el
'affaie Gürtel'. Que un presidente autonómico tenga que ver unas fotografías
suyas en la prensa en compañía de un conocido narcotraficante puede ser algo
más o menos irrelevante -a mí, desde luego, no me parece que tenga, en sí, nada
de inculpatorio--; pero, desde luego, lo que sí es sintomático es que esa
publicación lleva a la sospecha de que España es el reino del juego sucio, de
las filtraciones interesadas, del espionaje 'a lo Método3', del 'todo vale' en
la carrera por el poder.
Y todo ello, en
medio de la mayor desmoralización social que se recuerda, una desmoralización
que parece que compartimos con los países 'colegas' del sur de Europa, que
parecen deslizarse por el tobogán hacia un cierto caos político. El mal de
muchos no puede consolarnos, sino que puede que venga a agravar nuestra
situación.
En fin, qué
quiere usted amable lector, que le diga. He leído atentamente los argumentos en
contra de la elección por el Rey -ahora parece que cualquier cosa que haga el
Rey está mal hecha- de un abogado como
Miquel Roca como defensor de la imputada
infanta Cristina, defensor legal, que ya imposible de su maltrecho honor. A mí
me ha parecido, en cambio, bastante bien seleccionada la figura: Roca es
nacionalista prudente, sin la ceguera de
Mas; fue un gran portavoz en el
Congreso en Madrid, ha sabido ganar dinero no polémico a cuenta de sus
influencias -nada diferente a lo que hacen otros en otros bufetes, despachos o
empresas-y supo afrontar el descalabro en su desastrosa operación política,
aquella 'operación Roca'. Pues eso: que yo prefería, con todo, aquella
época, pese a que de muchos de aquellos polvos nos vienen estos lodos, que la
del nacional-pesimismo actual. Será, ya digo, que me voy haciendo viejo.
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