viernes 05 de abril de 2013, 17:22h
Ulises fue el primer hombre moderno que se
enfrentó al destino desde la razón. Con coraje y astucia, venció todas
las tormentas y consiguió llegar a Ítaca. He recordado la Odisea al ver
en Barcelona al Príncipe de Asturias, alto y barbado, rodeado de
magistrados en ocasión del acto solemne de entrega de despachos a la
última promoción de jueces. Gente joven y preparada que sale dispuesta a
impartir justicia en un país en el que, según las encuestas, la mayoría
de los ciudadanos ha perdido la fe en la Justicia. El mal de fondo es
la corrupción. La corrupción asociada con la impunidad; la muy extendida
sospecha de que, hablando de los políticos, salvo excepciones, el que
la hace no la paga. Todos los medios han destacado las palabras del
Príncipe Felipe instando a los nuevos magistrados a hacer su trabajo con
"prudencia y fortaleza" añadiendo que los miembros de la carrera
judicial son merecedores de la mayor confianza. Oídas estas palabras
todos hemos pensado que en ellas latía un eco destinado a ser voz propia
visto que el día anterior un juez de Palma de Mallorca (José Castro),
había decidido imputar a la Infanta Cristina por el "caso Nóos". Voz
propia del Príncipe frente a la "sorpresa" con la que, según un
comunicado de la Casa del Rey, se había recibido en Zarzuela dicha
imputación. Sorpresa que llevaba explícito el mensaje de apoyo a la
petición de la Fiscalía contraria a la imputación.
¿Quiere esto decir que el Príncipe Felipe discrepa de la opinión
expresada por el citado mensaje? Tendría que ser él quien lo dijera,
pero a la vista de los hechos y circunstancias que rodean un asunto que
trasciende de las presuntas andanzas non sanctas de Iñaki Urdangarin y
demás socios a una suerte de causa general en la que hay sectores
políticos y sociales que cuestionan abiertamente el futuro de la
Monarquía, parece lógico que el Príncipe de Asturias esté modelando su
propia agenda. Solo un ciego no vería que lo que se va a sustanciar en
los juzgados de Palma de Mallorca es algo más que la presunta
responsabilidad de los implicados en el "caso Nóos" en los supuestos
delitos que se les atribuyen. Lo que está en juego es la imagen de la
Monarquía. El adivino ciego Tiresias recomendó a Ulises descender al
Aqueronte y preguntar a los ausentes acerca del futuro que le deparaba
el destino. Allí halló la respuesta que le abrió el camino seguro de
regreso a Ítaca. El Príncipe con quien debería hablar seriamente es con
el Rey; con su padre. De esa conversación debería salir la ruta que
ponga a la Monarquía a salvo de la tormenta perfecta en la que estamos
instalados.