Del fantasma al antepasado
miércoles 03 de abril de 2013, 08:01h
"Muy pronto florecerán las
capillitas dedicadas a San Chávez (...) se imprimirán estampitas con su efigie
nimbada de eternidad y se atribuirán a sus poderes taumatúrgicos una explosión
de milagritos caribeños y prodigios improbables (...) su invocación curará las
escrófulas, sanará con el don de su verborrea a los mudos y embarazará a las
orantes estériles, pero nada devolverá la vista y las luces a tanto ciego".
Discúlpenme la autocita. Es de un artículo anterior, de hace un mes,
cuando aún creíamos en la momificación del líder bolivariano. Hoy sabemos que con
la tardanza del régimen en decidir el destino de su fundador, el húmedo calor
caribeño y la voracidad de la gusanera se corrompieron los restos. Nadie quiso,
o pudo luego, maquillar la carroña para darle visos de humanidad. Mejor así.
Para sus acólitos siempre queda pensar en su Ascensión a los cielos con sus
cuatro evangelistas; el Che, Evita, Bolívar y Salvador Allende, entre quienes
reinará en el cielo del imaginario caudillista latinoamericano.
En todas las culturas, cuando muere un allegado, una de las funciones
del periodo de luto y duelo es satisfacer su espíritu; desactivar su posible
rencor hacia los supervivientes. Se trata de transformar al fantasma, con su
presencia negativa y amenazadora en un antepasado, en una figura patriarcal, protectora
de los vivos. Para eso se muestra pública y ostentosamente el dolor, se le
rinden honores en el cementerio, se erigen altares y capillitas donde
ofrendarle misas, ceremonias o pequeñas dádivas y se le piden a cambio favores
y la intercesión con otros espíritus en el más allá. Una de estas capillitas en
honor de San Hugo Chávez se ha inaugurado en un barrio popular al oeste de
Caracas.
Elevado a santón, Chávez, como todo profeta, mesías, o fundador de un
culto se mueve en la misma dialéctica. Una vez muerto necesita un mediador por
cuya boca pueda expresarse. Es una forma de adaptar su mensaje a nuevos
tiempos. Esa es la función de quienes le conocieron en vida, como el candidato
chavista Maduro; encarnar los deseos y las ideas del profeta desaparecido. Y en
el futuro el papel del médium será hacer de interlocutor con el espíritu del
desaparecido. Podría ser a través de un trance, una posesión del chamán escogido
para que salgan de su boca infalible las palabras ex cathedra inspiradas de
manera mágica y milagrosa.
El otro polo dialéctico es la tendencia a cristalizar el mensaje del
mesías. Más fosilizado cuanto más escrito quede. Más difícil de adaptar a
nuevos tiempos cuanto más concreto. Es, por ejemplo, el problema del Islam, del
Vaticano o de los ultraortodoxos cuando quieren detener los cambios y hacer que
sean los tiempos los que se adapten a las escrituras. Habrá que ver si el
venezolano Maduro está a la altura del papel de chamán y médium con San Chávez
para interpretar el mensaje bolivariano.
Pero Maduro también se ha proclamado "El hijo de Chávez"; una paso más
en esa transformación simbólica de Chávez, que ya era fantasma proclive a las
amenazas antes de su muerte, en benévolo antepasado protector de sus herederos.
Y por si fuera poco el sincretismo religioso, Maduro ya ha llamado a Capriles,
el candidato opositor, fariseo y jefe del odio. Falta tildarle de Anticristo.
Embriagado por esa retórica mística el candidato chavista ha contado como
durante la mañana de inicio de la campaña, mientras se encontraba rezando,
recibió la visita de un pequeño pájaro; sintió como el espíritu del comandante
Chávez, transfigurado, le daba la
bendición. Hay que ver la obsesión por las aves como intermediarias
espirituales entre el cielo y la tierra; las águilas de los chamanes, la paloma
del Espíritu Santo y ahora esto. Al menos es tranquilizador que tras la
anunciación del pajarillo bolivariano Maduro no se quedara milagrosamente
embarazado de Chávez.