lunes 01 de abril de 2013, 08:42h
A finales
de diciembre de 2011 el juez José Castro
levantó el secreto del sumario sobre el caso Nóos e imputó a
Iñaki Urdangarín y a su socio Diego Torres por
presuntos delitos de evasión de impuestos, fraude fiscal, prevaricación,
falsedad documental y malversación de caudales públicos. Así empezaba todo un calvario para el yerno del rey y su socio que, desde entonces, no han vivido
un solo instante de tranquilidad.
Dos meses después,
el duque de Palma declaraba ante el juez
Castro reivindicando su inocencia, la total transparencia de su actuación, su
desvinculación de la gestión del Instituto Nóos, así como la
exculpación de la infanta Cristina.
A pesar de
ello, a finales de enero pasado el juez
imponía una fianza civil de algo más de 8 millones de
euros para Urdangarín y Torres,
ante lo cual el abogado del duque de Palma
proclamaba que, de mantenerse esa cuantía
para la fianza, su defendido se vería abocado
a un "injusto empobrecimiento".
Todavía hoy, después de
varias semanas, sigo pensando que tan desacertada apreciación navega equidistante entre los polos del descaro y la
ignorancia, que son barrios muy distantes
de los de la justicia o la injusticia.
Claro que estos son conceptos muy relativos
cuando se oponen a los intereses personales. Lo mismo si vivir fuera una cuestión de justicia, quizás
hoy poblaría la faz de la tierra la mitad de los 7000 millones de seres humanos que la habitamos.
Más aún: si
la vida fuera justa hoy no
hablaríamos de ministros, ministrillos y ministrillas que en el mundo han sido - tanto de
gobiernos de izquierdas como de derechas, por supuesto, sin más
talento en su saldo que el de
haber sabido colmar el ego de su presidente de forma sublime e inimitable, pero
con menos títulos
en su curriculum académico que
muchos de los futbolistas que
inundan a diario frecuencias radiofónicas, televisivas, y los diarios
digitales y de papel que subsisten
gracias al fomento de la idiotez
y la estulticia sociales que ven detrás
de un equipo de fútbol mucho más que
una religión y en sus jugadores y dirigentes la cúpula
de esa pseudoiglesia disfrazada
de los colores del club.
Y si otra justicia, la
social, se
extendiera sobre el mundo, probablemente
ni su vecino, ni mi hija, ni su amigo tendrían
que seguir engrosando las listas
del paro, pero ya ve, solo en España sobrepasamos ya los 5 millones.
En fin, que si el duque de Palma y su
abogado fueran conscientes de la argumentación
en su favor frente al juez del caso Nóos y de lo mucho que han herido la sensibilidad de los hombres y mujeres honrados
que en España son (pobres y
ricos, que los hay en todos los estamentos sociales y económicos), habrían hecho un discreto mutis por el foro y buscado y rebuscado otras
razones menos proclives a eso que hemos dado en llamar "alarma social" para seguir trabajando en el rastreo de argumentos y pruebas que abonen la presunta inocencia del
duque que, como todos los ciudadanos, cuenta con ella hasta que no se
dicte una sentencia firme sobre el caso que tiene sobre la mesa el
juez Castro.
Columnista y crítico teatral
Periodista desde hace más de 4 décadas, ensayista y crítico de Artes Escénicas, José-Miguel Vila ha trabajado en todas las áreas de la comunicación (prensa, agencias, radio, TV y direcciones de comunicación). Es autor de Con otra mirada (2003), Mujeres del mundo (2005), Prostitución: Vidas quebradas (2008), Dios, ahora (2010), Modas infames (2013), Ucrania frente a Putin (2015), Teatro a ciegas (2017), Cuarenta años de cultura en la España democrática 1977/2017 (2017), Del Rey abajo, cualquiera (2018), En primera fila (2020), Antología de soledades (2022), Putin contra Ucrania y Occidente (2022), Sanchismo, mentiras e ingeniería social (2022), y Territorios escénicos (2023)
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