jueves 28 de marzo de 2013, 13:20h
Las procesiones
vuelven otra Semana Santa a ser el centro de interés de millones de
ciudadanos, a pesar del mal tiempo. Los cofrades, muchos de ellos
cada vez más jóvenes, dedican meses a preparar estas
manifestaciones de fe que a veces no pueden salir por culpa de la
lluvia, y millones de personas las siguen en directo. La serie sobre
La Biblia gana en espectadores a Gran Hermano. Películas como "María
de Nazaret" despiertan el interés de todos los medios y de los
espectadores. Las cadenas de televisión vuelven a programar
procesiones, películas, documentales sobre la Iglesia y la Semana
Santa. Y el mundo sigue volviendo su vista a Roma, sorprendidos cada
día por el mensaje del Papa Francisco que recoge lo esencial del
mensaje de Cristo: el amor y la pasión por los más desfavorecidos.
¿Qué hay de aquella muerte de la Iglesia, de la fe, de la religión
que tanto nos han vendido? Pese a todo, algunos insisten: es la
costumbre, "el hombre es un animal de costumbres".
Seguramente es
todo mucho más fácil: es la naturaleza del hombre, su relación con
lo trascendente, su historia de siglos, especialmente en Europa, en
España, su necesidad de encontrar razones para la vida y la muerte.
Porque a pesar de la cultura dominante, de esa otra religión insana
del placer, del hedonismo, del todo es fácil y está al alcance de
la mano, el hombre es mucho más que todo eso y sus preguntas son
mucho más profundas. Y en tiempos de crisis, más todavía. La
soledad sin esperanza no es nada. Ni el sufrimiento sin amor. Ni la
generosidad sin entrega total. La fe sin obras es simplemente vacío.
La Pasión sin Resurrección -el momento cumbre no es la muerte, sino
la vida- no sería más que una historia terrible.
Cristo dejó un
compromiso expreso con los más desfavorecidos, los más vulnerables,
los marginados, los desahuciados... Cristo habló de austeridad, de
sacrificio, de generosidad, de desapego a los bienes terrenales, de
solidaridad, de fraternidad... Algunas de sus palabras, como las
bienaventuranzas o el perdón a la mujer adúltera, están entre las
más bellas que se han dicho nunca y son el mayor mensaje de
esperanza para cualquier ser humano.
La voz de Cristo
es un desafío a los poderosos, pero también a todos nosotros.
Podemos hacer mucho por el prójimo, por el de al lado. No hay que
irse a otros mundos, el nuestro está lleno de oportunidades. No es
tampoco un problema sólo de dinero. Muchas veces basta una palabra,
un gesto, una mirada, un abrazo. Condenó a los corruptos y se
enfrentó al poder absoluto, pero también despreció a los cobardes,
a los falsos, a los que no se atreven a cambiar su vida. El mensaje
sigue vivo, a pesar de que los hombres tratemos de enmascararlo, de
endulzarlo, de desvirtuarlo. Lo ha dicho Francisco I: "hay que
salir de nosotros mismos para ir a la periferia a buscar a los
alejados, a los olvidados". A los preferidos de Dios.