Me
emociona, definitivamente, el mensaje de humildad y sencillez de ese señor al
que todos llaman, simplemente,
Francisco, pese a que es uno de los personajes
más poderosos del mundo, como jefe espiritual de mil doscientos millones de
personas. A Francisco no le gusta el papamóvil, ni los crucifijos de oro y
hasta pasa por el trago de recibir dos ósculos de la presidenta argentina,
Cristina Fernández, con quien las relaciones no han sido precisamente óptimas
(y, la verdad, bien que se entiende esta falta de sintonía). Francisco besa a
niños y a discapacitados, da la mano a todos, abomina de los horribles zapatos
rojos de sus antecesores y sigue con los suyos de siempre, se quita las estolas
de armiño y transmite un mensaje de Iglesia de los pobres. Por eso mismo
me disgustó tanto lo ocurrido -con la delegación española, claro-en la
ceremonia del inicio de su pontificado, en El Vaticano.
Era
el día para haber renunciado a fastos, a chaqués, a uniformes de gala, a bandas
y condecoraciones -pensionadas o no-. Era el día para haber actuado con la
misma normalidad y austeridad por las que clama un Papa que quiere imponer
nuevos estilos, menos ceremoniosos, y a quien ya vemos que las pompas y las
solemnidades no acaban de gustarle, tal vez porque está en sintonía con los nuevos
tiempos. Pues bien, mostrando que por estos pagos no nos hallamos precisamente
en esa misma sintonía, allí estaba medio Consejo de Ministros español con sus
fracs de reglamento, sus bandas y oropeles, encabezados por un Príncipe, en
funciones de jefe del Estado, de uniforme de gala -¿por qué algunos se empeñan
en solemnizar tanto al magnífico heredero, alejándole de la 'gente corriente'?
A
Don Felipe no le hacen falta los uniformes ni los chaqués para realzar su
papel-- . Solamente le faltaba la peineta a la Princesa Letizia,
toda reverencias. Contraste patente, por cierto, con los representantes de
otras casas reales, con las representaciones políticas de otros países, incluso
europeos, incluso monárquicos:
Angela Merkel hasta se presentó con uno de sus ya
famosos y espantosos trajes-pantalón, como si acudiese a una 'cumbre' europea
de trabajo. Quizá se pasó por el otro extremo.
Por
supuesto que no desdeño el protocolo y comprendo, además, que ésta ha sido, y
es, una de las bazas tradicionales del Pontificado vaticano: pero Francisco ha
hecho más por la imagen de la
Iglesia en una semana que muchos antecesores -y no, ni
comparo ni denigro a nadie-en siglos. Y con este Francisco, que tan nuevos y
limpios aires nos trae, no pegaba tanto oropel, por mucho que fuese en
representación de la muy católica España. Será que algunos no han entendido el
mensaje. Todavía.
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