sábado 16 de marzo de 2013, 18:28h
La
continuación de los gestos sencillos del nuevo Papa sigue
entregándole dividendos mediáticos, pero, sobre todo, inclinando a
muchos observadores a considerar a Francisco como un tipo más bien
normal y corriente, que llega del fin del mundo, bastante
desconocido, con muchas esperanzas bajo la sotana.
Para
bien o para mal, esa imagen no resiste un análisis mínimamente
riguroso. En primer lugar, Jorge Mario Bergoglio, lejos de ser un
cura común es un sacerdote extraordinario. Más bien podría formar
parte de un libro de records en Argentina: pasar de ser un sacerdote
de provincias, que es elevado a Obispo del lugar, a ocupar el puesto
de Arzobispo de Buenos Aires en sólo seis años, es una carrera
meteórica difícil de igualar. Más aun si se es jesuita, que dentro
de la Iglesia no se asocia precisamente con ocupación de altos
cargos. Realizar tal ascenso fulgurante con un pulmón seriamente
dañado, no parece algo propio de un hombre normal y corriente.
En
segundo lugar, no hay que olvidar que parte de su responsabilidad
eclesial la tuvo que ejercer en tiempos particularmente sombríos.
El debate actual sobre el pasado de complicidad con la Junta Militar
de parte de la jerarquía eclesial es viejo y está documentado. De
Jorge Mario Bergoglio podrán decirse muchas cosas, pero nunca que no
mostró juego de cintura en aquellos tiempos en que las partes en
conflicto practicaban a rajatabla eso de que "quien no está
conmigo está contra mí". En todo caso, no aconsejaría al padre
Lombardi, portavoz del Vaticano, continuar con el argumento de que
las acusaciones contra Bergoglio carecen de respaldo probatorio. Tal
cosa en Argentina es una provocación para los neuróticos de la
recuperación de información. No vaya a ser que, a fuerza de
emplazamientos, el nuevo Papa comience su vuelo pontificio tocado
seriamente del ala.
En
tercer lugar, el Cardenal Bergoglio era todo menos un desconocido
para la Curia, que hace bastante tiempo le considera como un buen
candidato para dirigir una Iglesia en tiempos de crisis, precisamente
por su fama de poseer un espíritu con un temple especial. De hecho,
en el 2005, esa opción fue la alternativa a la que representaba la
potencia intelectual para encarar la crisis, encarnada por Joseph
Ratzinger. Varios cardenales se mostraron arrepentidos antes de este
Conclave de haber optado por la segunda opción, que al final no tuvo
fuerzas para sacar adelante la tarea. Ese sentimiento y el fuerte
conflicto de poder dentro de la Curia hicieron subir como la espuma
las posibilidades del cardenal Bergoglio. Hoy, cuando ya se conoce
algo más del curso de las votaciones en el Conclave, no puede
extrañar que el purpurado argentino haya obtenido más votos que su
antecesor.
En
cuarto lugar, las posturas doctrinales conservadoras del Cardenal
sencillo no eran precisamente un misterio para la Curia que lo elige.
Para saber la opinión de Bergoglio sobre la emancipación de la
mujer, la homosexualidad, el celibato y un largo etcétera, no hace
falta más que tirar de hemeroteca. Los intentos de algunos
observadores de suavizar ahora esas opiniones me parecen una simple
pérdida de tiempo. Hay demasiado papel y demasiado video como para
negar la evidencia. Como los hay también de que tiene un discurso
favorable a la lucha contra la pobreza.
Es
decir, la Curia ha elegido un outsider de maneras sencillas, pero que
en el fondo es un hombre de una resistencia increíble, de un temple
especial, para enfrentar la actual crisis de la Iglesia. Y ya ha
tenido la primera confirmación de que no erraron en su elección. En
su inmediato encuentro con los Cardenales, la idea central de
Francisco ha sido clara: "No cedamos nunca al pesimismo ni a la
amargura que el diablo nos ofrece cada día". Para Bergoglio, este
espíritu de molibdeno, no puede caber duda de que la Iglesia es
capaz de aguantar el embate del Wikileaks, el poscristianismo europeo
y cualquier cosa que le echen. En el fondo, esta rotunda frase es una
crítica indirecta a su antecesor, que consideró tan grave la
situación que prefirió dar un paso atrás. Además, también
conlleva un giro doctrinal que muchos Cardenales no han dejado de
percibir. Desde los últimos años de Juan Pablo II, aconsejado por
Ratzinger, y por supuesto durante el papado de Benedicto XVI, la
referencia causal al diablo desapareció prácticamente del discurso
pontificio. El volver a colocar ese referente en el mapa conceptual
ha debido ser muy del gusto de los sectores más tardo-dogmáticos de
la Iglesia, que echaban de menos al maligno como responsable de todos
los males.
En
suma, creo que para hacer el análisis hay que hacer algún esfuerzo
por superar el chisporroteo de quienes, de un lado, quieren
descalificar al nuevo Papa en dos toques y del otro, de la estrategia
"franciscana", de usar la sencillez, la cordialidad y mucha,
mucha televisión, para seducir al público. Hay que examinar con
atención el papel de este hombre extraordinario en el contexto de
los meandros actuales del poder eclesial. En tal sentido, podría
decirse que el ajedrez que se juega en el Vaticano ha inventado una
nueva jugada: el enroque argentino. Habrá que ver si funciona.