Al
nuevo
Papa Francisco le inventan -ah, las redes sociales...- episodios misóginos
que no son ciertos, le reprochan su apoyo -silencio más bien-a la dictadura vil
de los generales argentinos. Yo creo que nunca llega un nuevo sumo Pontífice
que esté libre de los fusilamientos al amanecer. Máxime si eres 'del fin del
mundo', como él mismo, humorísticamente, se definió. Y, claro, máxime si eres
ajeno a los pasilleos vaticanos, que nunca están libres, como cosa habitada por
seres humanos que son, a maledicencias y ambiciones variadas. Entonces llegó,
desde Buenos Aires, un tal
Bergoglio. Alguien que viaja en autobús y va, ya
vestido de Papa, a pagar personalmente la cuenta del hotel donde se alojó aún
como cardenal; alguien que, la verdad, creo que no fue cómplice de la horrible
dictadura videlista -persona a quien respeto, como el premio Nobel de la
Paz
Pérez Esquivel, ha negado cualquier
vinculación del nuevo Pontífice con aquello-. Alguien que sí ha tenido el
coraje de enfrentarse a la 'dictablanda' de los
Kirchner. Y, claro, rompe todos
los esquemas. Y va y toma el nombre del santo que a todos, por mucho que se
empeñen, o nos empeñemos, en no ser católicos, les/nos cae bien:
Francisco de
Asís.
Quedó
entonces
Jorge Mario Bergoglio, desconocido para los vaticanólogos que
elaboraban sus listas de 'papables', olvidado. Y nació Francisco a secas. Un
Papa que ha sido bien recibido en todas partes, excepto, sospecho, en algún
cenáculo italo-vaticano, donde creen detentar eternamente el poder. A mí,
personalmente, es precisamente eso lo que le reafirma: que viene de lejos, de
esa parte de la Iglesia
más comprometida en la lucha contra la injusticia social y menos
entrometida en los líos de la diplomacia y la burocracia que cada vez hacían
menos santa a la Santa Sede.
En
las horas que lleva de Papa, Francisco no ha cometido, me parece, ni un solo
error, lo que no es poco para las mentes laicas -algunas de las cuales se
reclaman de la ortodoxia católica--, confesionales o aconfesionales, que miran
con la máxima atención el desarrollo de los acontecimientos en el Estado más
pequeño y con mayor número de súbditos del mundo. Un Papa no deja a nadie
indiferente. Para bien y tantas veces en la Historia, para mal. A mí me parece que en la sede
de Pedro ha entrado una persona con sentido común, confío en que con ganas de
cambiar cosas, aunque no se noten bruscamente esos cambios. El tal Bergoglio,
un tipo más bien normal, va a hacer más grande aún, pienso, el humilde nombre
de Francisco.
Ah, y además habla en español y comparte sentido
del humor y de la sorna al hispánico modo. Que tampoco eso es moco de pavo.
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