Nueva cumbre europea.
Los líderes de la Unión Europea se encontrarán esta
semana en Bruselas. Ya no es
una cumbre "histórica" de las que ha de salvar al euro. Se trata de
un problema aparentemente menor, aunque en los mercados financieros se presta
atención no tanto por el valor absoluto sino por el tamaño del problema
relativo a la dimensión del país. Se trata de Chipre, y de la posibilidad de que la UE acabe por imponer pérdidas
a los depositantes, algo de lo que no se han atrevido ni a hablar en el caso de
países de mayor tamaño. Sin embargo, y salvo por este tipo de dudas, en este
momento de la crisis, el problema del sector financiero ha dejado de ser una
amenaza, que no es lo mismo que decir que ha dejado de ser un problema. De
hecho y por si alguien se había relajado en exceso, esta misma semana Moody's señalaba que según sus
estimaciones, hay en la banca española 200.000 millones de euros relacionados
con el sector inmobiliario que ni estarían saneados y menos aun traspasados al
banco malo. Es decir, que si bien Bankia,
según declara Fernández Ordóñez al
juez, estuvo a punto de provocar la salida de España del euro y ahora ese peligro está en su opinión conjurado,
las bóvedas de los bancos españoles todavía tienen mucho del pasado que
revelar.
Sin embargo nada impide que este tipo de noticias convivan con armonía, con
titulares dignos de otros tiempos: "Valores españoles en subida
libre", "La bolsa de Nueva
York en máximos de todos los tiempos". Avergüenza, porque
mientras unos discuten si es adecuado o no limitar lo que cobran los banqueros,
que es lo que se está intentado imponer desde Bruselas y que rechazan
categóricamente los ingleses, y otros hablan de lo bien que van las cosas en
los mercados, las crónicas económicas y sociales describen lo que acontece en
países como el nuestro, y lo que acontece se parece mucho a lo que en EEUU se vivió en los años de la Gran Depresión.
¿Como es posible que convivan dos caras tan distintas? ¿durante cuanto tiempo?
Los mercados financieros están sobre protegidos, porque han sabido engarzarse
de tal modo en la vida económica, que su funcionamiento, aunque sea mediante
asistencia artificial, se convierte, o al menos así parece, en condición
necesaria para la supervivencia del sistema, aunque es evidente que no es
suficiente. Hubo un tiempo en esta crisis donde el miedo al colapso financiero
y el recuerdo de la crisis de 1929 y sus consecuencias mantuvo a las
sociedades desarrolladas en situación de shock, y durante un tiempo, los
estados pudieron actuar sin más límite que los instrumentos que tenían a su
alcance. Se llegó inocentemente a creer que si se resolvía el problema
financiero, la crisis sería superada, pues al recuperar el sistema la capacidad
de prestar, las cosas volverían a ser como antes. Hoy ya es difícil
encontrar quien grite al viento: ¡Que fluya el crédito! Ahora lo que se demanda
es ¡Abajo la austeridad! A pesar del cambio, en las dos consignas hay algo
común, y ese algo, es que lo que haya de hacerse, lo haga otro. Esta actitud,
interiorizada en su comportamiento por los representantes políticos, supone una
de las limitaciones más importantes para cambiar la situación.
La exuberancia de los mercados financieros es consecuencia de las políticas de
los bancos centrales de inyectar liquidez para evitar el colapso del sistema
financiero. Retirar esa asistencia no ha sido posible, porque a diferencia de
lo que se creía, el crecimiento económico no es capaz de sostenerse por si
mismo, y porque para mantener el crecimiento hace falta que los consumidores
confíen en mantener su empleo. Pues bien, ocurre que si consideramos a Alemania el epicentro europeo, y
el desempleo la enfermedad que consume a la sociedad europea, el mal está
avanzando peligrosamente por todas las regiones de Europa desde la periferia
hacia el núcleo. Y eso, para una economía que depende de sus exportaciones,
que representan la mitad de su PIB y que tienen como principal destino
precisamente los mismos países que ven como su situación social se descompone
por la crisis de empleo, no puede ser en ningún caso motivo de
tranquilidad. Francia, que
acaba de alcanzar un nivel récord de desempleo en los últimos 13 años,
anuncia que no hará mas ajustes fiscales en 2013, y visto el resultado de
las elecciones italianas, si resulta que ni Francia ni Italia se muestran dispuestas a mayores ajustes, ¿donde va a
quedar la receta alemana? Y si Alemania entiende que no hay forma de mantener
la austeridad que proclama como única receta, ¿seguirá interesada en la
supervivencia del euro, que ahora está en estado de hibernación a la espera de
lo que Alemania decida sobre la unión bancaria una vez superadas sus elecciones
legislativas de septiembre?
¿Que cual es mi opinión? Yo creo que no