Los españoles
sabemos que el jefe del Estado y el jefe del Gobierno mantienen un despacho
semanal al que se ha dado un carácter habitual y rutinario. Tengo la impresión
de que el encuentro entre
Don Juan Carlos de Borbón y el presidente
Mariano
Rajoy este martes se enmarca en algo que, sin ser fácilmente definible, dista
mucho de ser una reunión casi protocolaria más. Es el intercambio de opiniones -y
de estrategias-- entre dos hombres atribulados, las dos personas que tienen,
teóricamente al menos, más poder de España y que tienen que remar en medio de
un oleaje hostil que a ambos salpica...o más bien empapa.
Nos dicen que el
Monarca, que reasume sus tareas aunque de manera limitada, despachará este
martes con Rajoy. Normal. Lo que ocurre es que el convaleciente jefe del Estado
se encuentra en un momento especialmente delicado de su vida profesional, si
así puede llamarse, y lo mismo le ocurre, sin duda desde otros parámetros, al
presidente del Gobierno. El uno, presionado por los titulares casi diarios que
hablan del 'caso Noos' o/y del aún más espinoso, en mi opinión,
'caso
Corinna'; el otro, sumido en el dilema ante el nudo gordiano que le
plantea alguien que, como el ex tesorero del PP Luis Bárcenas, parece empeñado
en causar los mayores estragos posibles en el casco del barco del partido al
que sirvió -digámoslo así-durante tantos años. En ambas cuestiones
se trata de problemas de enorme relevancia política y social: porque en torno a
quien se hace llamar "alteza serenísima" se descubre una trama de
intereses de Estado que habrá que explicar con luz y taquígrafos. Y el ex tesorero
plantea un cuestionamiento serio a la manera como, durante un tiempo,
afortunadamente ya pasado, se financió el partido que hoy gobierna a los
españoles.
No por formar ya
parte de la historia pierden ambos asuntos su candente -y abrasadora-actualidad.
La Historia, aunque sea con minúscula, pasa siempre elevadas facturas a quienes
la protagonizaron durante un tiempo. Y ya he dicho que los dos personajes más
importantes en el presente de España se encuentran ante sendos nudos gordianos
que habrán de desatar. Alejandro Magno resolvió el dilema sacando la espada y,
en lugar de tratar de hacer lo imposible, desatar el nudo con sus manos, lo
partió de un tajo. Por eso, se necesita ahora arbitrar soluciones radicales,
tajantes, que ofrezcan la impresión de que la corrupción es algo
definitivamente superado -en lo posible, claro; no seamos demasiado
utópicos-y que se está dejando atrás la inacción política, que puede
hacer que los problemas se pudran, pero no que se solucionen. El Rey y el
presidente son personas pragmáticas, con sentido común y un elevado sentido del
Estado, sazonado por una indudable veteranía; estoy seguro, por eso, de que la
conversación entre ambos, en estos momentos, ha de ser muy jugosa. Espero que,
además, sea fructífera para los intereses de todos nosotros, que es lo
verdaderamente importante.
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