Supongo
que las cosas van bien cuando no se habla de ellas. Hubo una época, allá por
los años setenta, en la que los españoles atemorizados conocíamos el nombre de
cada general que ocupaba un puesto importante: ¿era levemente demócrata, era un
golpista redomado?. Luego, los militares se volvieron anónimos, porque ya no
había espada de Damocles castrense sobre las cabezas de los ciudadanos. Y llegó
la época de la turbulencia judicial, cuando sabíamos quién era cada magistrado
-y de dónde venía- en cada institución clave, de qué pie cojeaba cada juez
estrella... Vino a continuación el turno de los espías, de los perotes y los
perotillos, y, algo más tarde, nos cayó encima la época oprobiosa en la que
Alberto Saiz era el director general del Centro Nacional de Inteligencia: los
'servicios' estaban de permanente actualidad. Siempre, desde luego, para mal.
Por fin llegó una figura de prestigio a la dirección del Centro, como la del
general
Félix Sanz Roldán, y retornaron la normalidad y, por tanto, el
silencio:
good news, no news.
Pero
ahora, en medio del marasmo, vuelve a hablarse de los espías españoles. Espero
que usted, amable lector, no interprete que defiendo la opacidad de los
servicios del Estado, aun de los que por naturaleza deben ser más opacos. Todo
lo contrario: siempre pensé que la transparencia es condimento esencial de una
democracia. Pero es mala señal que los diputados citen al director del Centro
para que informe sobre alguno de los muchos aspectos en los que estos días se
supone que los trabajadores de los servicios de inteligencia deben estar
ocupados, a escala interna (y, esperemos, externa, ya que la muerte de
Hugo
Chávez sin duda ha de tener no pocas connotaciones para los intereses
'reservados' españoles). Es una mala señal porque indica que no hay confianza
en el normal funcionamiento de esos servicios.
Sí,
pringoso asunto que desde el Parlamento se llame para que rinda información a
quien, por principio, no debería darla excepto muy restringida, solamente a
quien convenga y cuando sea preciso. Hay que admitir que, como antes decía, es
mucho el temporal que asola la tierra patria y no faltan motivos para querer
saber en qué anda metido, aquí en las cuestiones domésticas, el CNI: desde los
'pinchazos telefónicos' de 'Método3', o la 'recuperación' de la pista del
etarra
Josu Ternera, hasta los 'papeles de
Bárcenas' o el tejemaneje de los
correos del ex socio de
Urdangarín, es seguro que hay muchas cuestiones 'de
Estado' que interesan a los hombres que rigen nuestras vidas. Cuestiones que,
se supone, están siendo investigadas por aquellos a los que pagamos para que lo
hagan.
Por
ello, y con todo lo que acabo de apuntar incrementando la nómina de los
secretos vergonzantes que conviene desvelar, me parece el colmo del
despropósito que se convoque al digno general que representa a 'los servicios'
... para que informe sobre las idas y venidas de alguien que se autocalifica
como "amiga entrañable" del Rey. Se trata de saber si, como dice un sindicato
policial, contaba con protección de las Fuerzas de Seguridad o si, como asegura
el ministro del Interior, contrariando no pocos rumores, tal escolta no
existía. O para que nos cuente qué delicadas 'misiones de Estado' ejercía, tal
como ella misma dice, la entrañable princesa, presumiblemente por encargo del
Gobierno de turno.
Supongo que nunca unos servicios de inteligencia
dignos, como lo son los actuales españoles, se habrán sentido tan humillados a
la hora de tener que comparecer ante el poder legislativo, nada menos, para
rendir cuentas acerca de si alguien tan extraoficialmente cercano al Rey como
la señora en cuestión gozaba o no de protección oficial, cuánta, por qué y para
qué. Pues eso es precisamente lo que el general Sanz Roldán tendrá que
hacer dentro de dos semanas ante la comisión de Secretos Oficiales de la Cámara Baja. Así que de nuevo,
como en los malos tiempos, hemos de hablar de los espías, en una era en la que
la neblina desciende de las montañas hasta las ciudades. Pues vaya plan.
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