Puede que el fiscal general del Estado,
Eduardo Torres
Dulce, que a mi entender es un buen fiscal general, se haya visto obligado a
tomar medidas contra el fiscal jefe de Cataluña,
Martín Rodríguez Sol, por
haber este opinado que los pueblos (los catalanes, en este caso) tienen derecho
a expresar su opinión. La verdad es que yo, que soy tan poco secesionista como
el señor Rodríguez Sol, aunque no soy fiscal, opino lo mismo: en España se
fomenta poco el derecho a expresarse, y los cauces que lo limitan se están
quedando ya estrechos.
Hay quien piensa que el fiscal catalán se extralimitó en
sus declaraciones en función de su cargo -puede que sí-y no falta, en el otro
extremo, quien opine que en él se ha producido una censura de la libertad de
expresión y manifestación que ampara a todos los españoles -que seguramente,
también ha habido mucho de esto-. En todo caso, lo que se ha producido es un
nuevo conflicto institucional con el trágala que nos ha impuesto a todos el
molt honorable Artur Mas como telón de fondo: los intentos de separar a Cataluña del resto de
España. Y no está ahora el horno para roces institucionales, precisamente.
De lo que sí estoy seguro es de que el señor Rodríguez
Sol, que ya se inclinó por defender al presidente de la Generalitat de algunos
ataques periodísticos, vulnerando él mismo, me parece, alguna parcela de la
libertad informativa, no se ha
manifestado en ningún momento a favor de esa separación, sino más bien todo lo
contrario. Y tanto él como otros funcionarios, incluyendo algún general a quien
se ha pretendido recientemente expedientar porque algún medio consideró, creo
que erróneamente, que había pronunciado unas declaraciones a favor de la
intervención militar en Cataluña, tienen perfecto derecho a decir lo que les
parezca si lo hacen en su condición de ciudadanos libres y mientras no cometan
ningún delito por proclamar lo que proclaman; simplemente, no se pueden, por
real decreto, acallar las bocas que dicen lo que a quienes detentan
'lo-políticamente-correcto' no les gusta oír. Y sí, hay leyes que, como dice
Rodríguez Sol, no son inamovibles y "conocer los deseos de los catalanes no
puede ser negativo".
Puede que esté yendo muy lejos, lo admito; pero me parece
que la única manera de evitar un conflicto irreparable con Cataluña sería,
precisamente, propiciar la celebración de una consulta con las reglas del juego
pactadas, y no como ahora, que la tramitación está siendo unilateralmente
implementada desde el Parlament catalán controlado por los independentistas
(más o menos). Es decir, que el referéndum se celebrase de acuerdo con la ley,
propiciado desde el Gobierno central y con libertad absoluta de información y
publicidad: tengo para mí que muchos ciudadanos en Cataluña se sienten
coaccionados por el 'clima general' a la hora de manifestar sus opiniones.
Puede que haya llegado el momento en el que de verdad se deba producir el tan
postergado debate sobre la identidad de Cataluña, su incardinación con el resto
de España y sus/nuestros planteamientos de futuro. Y hasta podríamos llevarnos
alguna sorpresa acerca del grado de seguimiento de las tesis mesiánicas de
Artur Mas y su equipo, no todo, ya lo hemos visto, tan 'sancto'. Y hasta es
posible que ya sea hora de que todas esas irregularidades patentes que pesan
sobre el proceso político catalán desde hace años queden aclaradas y
subsanadas: una catarsis, vamos.
Desde luego, el Gobierno central, los partidos
nacionales, tendrán que dar pasos para evitar el catastrófico proceso que se ha
puesto en marcha. No me cabe duda de que una propuesta de reforma
constitucional, que albergue algunas pretensiones de los secesionistas
catalanes, tal y como ha insinuado
Pérez Rubalcaba, resultaría altamente
beneficiosa para la derrota de quienes, simplemente y pese a todas las
advertencias que llegan desde Europa, quieren marcharse hacia rumbos nuevos,
desconocidos y me parece -es mi opinión, claro-peligrosos. En este sentido,
resultará clave la posición del PSC, cuyo versátil líder,
Pere Navarro, se
dedica ahora a recorrer cenáculos madrileños asegurando su voluntad no
independentista, aunque sí a favor de la consulta; Rubalcaba y él tienen que
entenderse, y en ello, creo y espero, andan. Así, Navarro puede convertirse, si
es capaz de aclarar sus ideas, en el pregonero del 'no' a la secesión, pero sí
a un proceso nacionalista avanzado, ante el referéndum, o consulta, que no es momento
de grandes disquisiciones semánticas.
No será, desde
luego, sancionando a fiscales o militares incómodos, sacudiendo de lo lindo a
gentes como
Duran i Lleida -que es el gran eslabón hacia la racionalidad de los
nacionalistas-o atacando, sin más, desde posiciones extremistas, a todo cuanto
huela a catalán, como solucionaremos el conflicto que viene. Tampoco lo haremos
con posiciones inmovilistas; el tiempo de la innovación, de la imaginación
política, de la flexibilidad, ha llegado. Y solamente cuando quienes tienen que
constatarlo lo constaten, habrá llegado el momento de esa importante 'cumbre'
entre
Mariano Rajoy y Artur Mas, a quienes hemos de forzar, entre todos, a
actuar como estadistas.
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