lunes 04 de marzo de 2013, 11:20h
El cómico
italiano Beppe Grillo llama "la casta" a
los políticos, pero la peor casta es la formada por los payasos metidos
a revolucionarios, los tecnócratas metidos a redentores y los ajustadores de
cuentas antiguas. Una forma pintoresca de practicar la democracia a la carta. Grillo
proponiendo ampliar el derecho de voto a los dieciséis años y asientos en el
Senado a los dieciocho que es como buscar el apoyo inexperto del público del
circo en las instituciones. Monti humillando a los italianos al aceptar una
especie de golpe de estado cocido en Bruselas para encaramarse en un gobierno
sin base en el que no sería capaz de mantenerse ni un año y acobardándose,
después de su encumbramiento forzado, cuando llegó la hora de encabezar una
formación política propia. Berlusconi con la justicia en los talones y el
delantero Bersani con un izquierdismo viejomarxista indigerible por rancio.
Cuando más
necesitaría Italia de acuerdos para salir de la crisis, Grillo sale con lo de
que "no está en nuestro ADN el pacto". Y Monti ni siquiera fue capaz de
conseguir, con todos sus aliados, un resultado válido para garantizar
ningún pacto. Dos piruetas negativas
para la gobernabilidad de una de las grandes naciones de Europa. De Grillo
tiene la culpa su propia megalomanía dispuesta a explotar la mezcla de rabia e
insensatez justificables en los afectados por la crisis. De Monti tienen la
culpa quienes le proporcionaron un paracaídas desde la Unión Europea para
dejarlo caer allí donde nunca debía haber llegado, sin tener en cuenta su falta
de sensibilidad para ganarse el apoyo de los electores. Como era de suponer,
han quedado con menor capacidad de influencia otros dos personajes inquietantes
a la vez que incompatibles. Un Berlusconi cargado de amenazas legales y de promesas contradictorias y un Bersani
aliado con una extrema izquierda más arqueológica que ecológica, que no parece
propicio a pactar con nadie para nada. Un cuarteto de protagonistas que son ejemplo
de antipolítica por sus antecedentes, por su carácter y por su incapacidad para
hacer lo que deben saber hacer los verdaderos políticos: dar estabilidad y no
crear nuevos problemas haciendo inevitables nuevas elecciones. Lo caótico
frente a lo político, acompañado de un antieuropeísmo rampante que olvida que
sin el apoyo de Europa, Italia derivaría hacia el abismo.
Aquí, desde
la otra península mediterránea, hay que tomar nota de hasta donde se puede
llegar con una esperpéntica mentalidad antipolítica como la que cultivan algunos
medios informativos, con el inestimable factor presencial de sinvergüenzas y
corruptos entremezclados en partidos e instituciones y los chismorreos de
demagogos de plazoleta, de pancarta o de micrófono. El marasmo político de
Italia preocupa en todas partes y aquí también, donde se producen tentaciones
miméticas al esperpento, hasta ahora poco relevantes. Pero allí, como aquí,
donde se desprestigia a personas, partidos e instituciones con generalizaciones
pringosas, el regodeo no contribuye a regenerar sino a arruinar. España, en
comparación con la comedia italiana, aún guarda las apariencias de un
bipartidismo mayoritario, única forma que promueve la estabilidad de un sistema
democrático de alternativas y la seguridad y unidad del esqueleto de un Estado.
Pero esta situación templada está anémica de liderazgo, fría de doctrina y
agrietada en su cohesión interna. No hay síntomas de que, por ahora, vayamos a
caer en el caos italiano. Pero la debilitación de las grandes opciones
políticas puede acercarnos a ello con el paso del tiempo. El retroceso del
bipartidismo en las encuestas es significativo y las propuestas irresponsables
e ignorantes de los grupos de pescadores en rio revuelto y sus charangas van
reclutando comparsas callejeras y sanedrines de redentores.
La ventaja
de estabilidad política de la que, aún deteriorada, dispone España podría
perderse si los grandes partidos siguen funcionando a medio gas y sin soltar
esos pesados lastres de corrupción e incompetencia que socavan su imagen y
minan su campo electoral. Son esos partidos principales los que tienen que
revitalizarse, reformarse y depurarse. Son, también, los que deben entender que
hay objetivos comunes a compartir por el bien de todos los españoles, ya que
aquí aún no parece haber madurado ningún memo capaz de descubrir que "no está
en nuestro ADN el pacto". Ese ADN antipolítico y autosuficiente es la marca de
la casta de los necios. El vacío político no se rellena con teóricas de un
izquierdismo trasnochado como el de Bersani, ni con maquillajes televisivos
como Berlusconi, ni con arengas de orate como Grillo, ni con retóricas de
contable como Monti. Por el contrario, es preciso dar sentido vertebrador a una
verdadera política que sepa ser, a la vez, popular y realista. Italia ha caído
en manos de los desechos de la casta antipolítica metida en las instituciones
políticas y este es, hoy, su problema. Esperemos que nuestra capacidad de
regeneración impida un futuro parecido en nuestra casa.
Ex diputado y ex senador
Gabriel Elorriaga F. fue diputado y senador español por el Partido Popular. Fue director del gabinete de Manuel Fraga cuando éste era ministro de Información y Turismo. También participó en la fundación del partido Reforma Democrática. También ha escrito varios libros, tales como 'Así habló Don Quijote', 'Sed de Dios', 'Diktapenuria', 'La vocación política', 'Fraga y el eje de la transición' o 'Canalejas o el liberalismo social'.
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elorriagafernandezhotmailcom/18/18/26
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