Esta gente no puede hacer que el Estado se tambalee
viernes 01 de marzo de 2013, 14:43h
Días
azarosos, ciertamente. Ya se ha comentado que existen documentos explosivos
sobrevolando sobre el cielo español, susceptibles de hacer caer a gentes
poderosas. Eso me preocupa relativamente poco: exijo claridad para conocer
quiénes no pagaban a Hacienda (listas Falciani y Montoro), quiénes cobraban
sobresueldos en negro (presunta lista Bárcenas), quiénes se lucraban con fondos
destinados a temas sociales (caso Urdangarín), quiénes espiaban ilegalmente a
otros (Método 3). Que quien haya delinquido, lo pague con todo el rigor de las
leyes, para que se haga justicia y para tranquilidad del contribuyente. Hasta
aquí, todo perfecto -cuando se ejecuta como Dios manda, naturalmente--. Lo malo
es lo otro.
Y,
cuando digo lo otro, me refiero a lo que queda sin explicar. A todos esos
pirómanos del Estado capaces de hacer tambalear el sistema, oscureciendo la
verdad para así tapar sus propias culpas. No puede ser que un país se tambalee
porque el ex tesorero del Partido Popular nos haya enredado a todos en su madeja
de medias verdades; ni porque una princesa más bien full se vanaglorie de sus
relaciones con el jefe del Estado y, de paso, de los presuntos encargos de unos
gobiernos que niegan la mayor; ni tampoco podemos estar al borde del terremoto
porque un presunto delincuente, como el ex socio del yerno del Rey, quiera
esparcir basura sobre la Corona
en un intento de chantajear a un poder judicial al que, al parecer, él no cree
independiente. Esos tres personajes, sin ir más lejos, están provocando más
daño a las instituciones y a la estabilidad moral de la nación que casi todos
los delincuentes que pueblan nuestras cárceles juntos. Porque pretenden moverse
al margen de los canales del Estado de derecho, transitando por esas rendijas
que el sistema democrático, que es generoso, deja a los mercaderes de
influencias, a los verdaderamente tramposos, a los que un día fueron
injustamente privilegiados.
No, los bárcenas, los diegotorres, las corinnas,
que apenas son tres ejemplos de una subespecie que abunda en nuestros predios,
no pueden hacer que el Estado se tambalee, por mucho que algunas de sus
acusaciones se fundamenten sobre hechos reales, unos hechos que a los
tribunales compete investigar y juzgar y que, lamentablemente, ni las
instituciones del Estado, ni los partidos, ni los mecanismos de la pura
sociedad civil son capaces de esclarecer. O no quieren hacerlo, que es mucho
peor.