La gabardina Chesterfield de Bárcenas y la del PP
viernes 01 de marzo de 2013, 10:42h
Un comentarista de
televisión nos decía que ese tipo de gabardina con
terciopelo en las solapas de Bárcenas las utilizaba Al Capone en Chicago.
Bárcenas también las usa. Recordaba que cuando detuvieron a Capone y la policía
lo llevó en andas, llevaba su gabardina Chesterfield. No es que todos los que
usen este tipo de gabardina y de abrigo sean mafiosos pero curiosamente estos
dos mencionados si lo son. Y funcionan con el chantaje.
¿Y quién es el chantajeado?. Claramente
el PP, claramente Rajoy. Y esto ya no es un problema menor. Se trata del
partido del gobierno que miente, edulcora las cosas, crean figuras inexistentes como esa del finiquito en diferido de la cesantía y cada vez más está contra las cuerdas. Y todo porque a
Rajoy le gusta que las cosas se pudran, pero esta estrategia se puede llevar a
cabo cuando
no se está a la defensiva. Y en este momento el PP está a la defensiva y con incipientes problemas internos.
María Dolores de Cospedal,
no solo secretaria general del PP sino presidenta de Castilla-La Mancha (con lo que demuestra que al PP esta
autonomía le importa un pito) se enfrentó con
Bárcenas desde el primer momento desconociendo que las relaciones de éste coa
Trillo, con Cascos y con Arenas venían de antiguo y de muchos conocimientos.
Cuando Cospedal ha querido tirar por la calle de en medio y denunciar al antiguo
tesorero del PP e incluso ha pedido le retiren el pasaporte, Luis Bárcenas ha empezado a enseñar sus cartas y en dejar al descubierto
al PP. Verle esta semana a Cospedal balbuciendo, hablando de simulaciones y
desdiciéndose, fue algo patético. Y es que el PP no sabe cómo salir
del chantaje porque si informa la verdad del caso Bárcenas se arma la de Dios
es Cristo. La Vanguardia lo describía
muy bien.
Luis Bárcenas, empleado del Partido
Popular durante tres decenios, dos de ellos como gerente nacional o tesorero
(de 1990 a 2009), protagonizó el lunes dos noticias relevantes. Ambas hubieran
sido ya sonadas de producirse en fechas distintas. Pero su coincidencia les
agregó un matiz chocante. Por la mañana, al prestar declaración ante la
Audiencia Nacional por posible delito fiscal, Bárcenas admitió que la fortuna
de origen desconocido y no declarada que tiene a buen recaudo en la banca suiza
asciende a 38 millones de euros; y no a 22, como hasta entonces había
reconocido. Ese mismo día trascendió que el extesorero del PP había demandado a
esta formación por despido improcedente, y había aclarado que ha cobrado de
ella, durante los últimos tres años, 21.300 euros mensuales por asesorías. La
sincronía de ambas informaciones provocó sorpresa, chascarrillos e indignación
entre la mayoría de los españoles. Es bien comprensible que así fuera. Este
país atraviesa una crisis aguda, y correrías como las de Bárcenas no contribuyen,
precisamente, a serenar los ánimos colectivos.
Estos últimos episodios encarnados por Bárcenas
enlazan con eslabones de una larga cadena. Entre ellos, quizá el más pesado
fuera hasta la fecha su imputación en el caso Gürtel. Fue esta relación con la
trama corrupta la que determinó su abandono del cargo de tesorero del PP en
marzo del 2009, y se concretó con la imputación en julio del mismo año. Ahora
bien, el caso Bárcenas entró en efervescencia a mediados de enero, cuando el
extesorero reveló que tenía 22 millones de euros en Suiza. Se complicó al
desvelarse las listas de su contabilidad secreta, que recogía presuntos y reiterados
pagos a miembros de la cúpula del PP. Y quedó ya fuera de control
cuando forzó,
en fechas recientes, a la secretaria general de PP, Dolores de Cospedal, a entrar
en un carrusel de declaraciones sobre los pagos del PP a Bárcenas, que este
rebatió al poco.
Dice el ex tesorero del PP que su fortuna
es fruto del buen ojo para el comercio de arte y para el juego bursátil. Pero a medida
que pasan los días y la niebla sigue espesándose (salvo en lo relativo al pulso
planteado por Bárcenas a la dirección del partido), los rumores sobre las
dimensiones y salpicaduras finales del caso arrecian. Mención aparte merecen
los modales del ex tesorero, ilustrados con la peineta que dedicó a los medios
a su vuelta de unas vacaciones en la nieve canadiense: una mezcla de zafiedad,
insolencia y desfachatez que no anuncia nada bueno.
Las investigaciones e imputaciones que afectan
a Bárcenas son graves. Sus consecuencias para el PP podrían no ser menores. De
entrada, han dañado ya la credibilidad de Cospedal, atrapada en una diabólica
espiral de declaraciones y réplicas en la que no lleva la iniciativa.
Constituyen una amenaza latente para Mariano Rajoy, presidente del Gobierno,
que fue quien confió la tesorería del PP a Bárcenas. Han tenido efectos
divisorios en el seno de dicho partido y han tensado las relaciones entre este
y el Gobierno. Y, por encima de todo, están teniendo efectos demoledores sobre
el ánimo ciudadano, hastiado ya de tanta corrupción.
La situación es ciertamente
compleja. Pero puede llegar a serlo más. El PP ya sabe -lo viene constatando- que
toda solución que no esté guiada por el afán de esclarecimiento total del caso Bárcenas
será, tarde o temprano, una mala solución; una solución de consecuencias quizás
demoradas, pero muy graves.