Reconozco que la figura de
Alfredo Pérez Rubalcaba me
interesa crecientemente, aunque me constan sus vacilaciones, aunque pienso que
no siempre dice la verdad y aunque le juzgo un maquiavelo ocasional, pero en
minúscula. Y, sin embargo...
eppur si muove. Y, sin embargo, se mueve. Y menos
mal que alguien se mueve. Asistí a su último desayuno informativo, con Europa
Press, y me reafirmó en la creencia de que su diagnóstico es ahora certero: hay
que hacer cambios en profundidad, hay que moverse, hay que acabar con esta
inmovilidad que acogota a la política española.
Coincido, así, en la inevitabilidad de una reforma
constitucional para 'federalizar' España, para calmar en lo posible algunas
inquietudes nacionalistas -en lo posible, ya digo-y para modernizar algo una
Constitución que lleva siete lustros de andadura, que fue concebida para salir
de una dictadura centralista y que aún, por poner un solo ejemplo, habla del
servicio militar obligatorio, por no citar aquello de lo que no habla y sobre
lo que debería hablar. Tiene razón
Rubalcaba: esa reforma se producirá más bien pronto que
tarde, guste o no guste a quien hoy gobierna.
Echo de menos en Rubalcaba un espíritu más combativo.
Puede que esté atenazado por los conflictos internos en el PSOE -por ejemplo,
en Andalucía y Madrid- y por las claras y graves desavenencias con los
socialistas catalanes, cada día, me parece, más desnortados. El secretario
general de los socialistas y líder de la oposición parece como resignado a su
suerte, condenado a pedir la dimisión de Rajoy sabiendo que de ninguna manera
se va a producir, adivinando que esta Legislatura se va a agotar con el actual
inquilino de La Moncloa firme en el sillón. Y se sabe encadenado a mantenerse
en su incómodo puesto, seguro de que no será él quien, en 2015, se enfrente al
candidato del PP, sea quien sea ese candidato; para entonces, un cierto relevo
generacional y de rostros se habrá, sin duda, producido en la política
española, y Pérez Rubalcaba, a quien se le puede acusar de muchas cosas menos
de tonto, lo sabe perfectamente. El, simplemente, se dedica ahora, y esa es su
grandeza, a pavimentar el futuro. Un futuro en el que él no estará.
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