Andamos como entrando en una era de desconcierto europeo. Una
declaración pesimista de
Olli Rehn, el comisario económico europeo, es
susceptible -quién se lo iba a decir a él hace unos pocos años-de hacer
bajar las bolsas y subir las primas de riesgo. Me encuentro en un rápido viaje
profesional por Italia y Francia y palpo ese desconcierto, sobre todo en lo que
toca a los países mediterráneos de la
UE, en las portadas de todos los periódicos, que aseguran
mirar con preocupación a Roma -las elecciones se siguen con más pasión
fuera de Italia que dentro--, a París, a Madrid y a Lisboa; Grecia parece haber
sido dejada ya en un olvido casi permanente, por lo que se ve. En todas partes
el agobio reclama buenas noticias, alguna buena noticia.
Y hablando de buenas noticias: reconozco que no acabo de
entender el tono satisfecho con el que
Mariano Rajoy nos explicaba, desde el
debate sobre el estado de la nación la semana pasada, lo bien que nos está
yendo en una Europa que nos va a perdonar -o no-algún cuartillo en
las exigencias de déficit y que se muestra comprensiva --¿o no?-- cuando de
trapisondas y corruptelas se trata. Al fin y al cabo, dicen algunos
monclovitas, en todas partes cuecen habas y, si no, mírese el caso del ex superbanco
Monte dei Paschi di Siena en esa Italia que se interroga por su porvenir
inmediato.
Claro que no en todas partes coinciden casos de escándalos
que afectan a la jefatura del Estado --ahora
Urdangarín y lo que colea de su comparecencia
judicial--, al partido gobernante -ahí está la declaración de
Bárcenas
ante el juez, este lunes--, a algún partido de la oposición -por ejemplo,
el 'affaire' del espionaje conectado con la ilegalidad de 'Método
3'--, a otras instituciones...No en todas partes hay decenas de
documentos, altamente comprometedores para el poder, revoloteando por ahí, a
punto de hacer estallar el delicado equilibrio en el que se sustenta la moral
de la nación. Y me parece que no en todas partes se da una parálisis de la
sociedad civil, parálisis impulsada desde los poderes públicos, como en España.
Y todo eso, sin contar con los conflictos territoriales, que no existen ni en
Portugal, ni en Francia y solo mínimamente, ahora, en Italia.
Así que tampoco he llegado a comprender del todo el patente
contento consigo mismo de Rajoy hablando -o no-de cuestiones
internas. Le voy a decir a usted, amable lector, mi verdad: España es un gran
país, mirado con evidente preocupación por los poderes europeos, paralizado por
una crisis política más que económica -la una tira de la otra--, con una
quiebra más aparente que real en la jefatura del Estado y pidiendo a gritos un
gran acuerdo nacional, que incluya a los inmovilistas sindicatos, para hacer
esas reformas profundas tan necesarias, incluyendo el plano territorial.
Puede que Europa ande reclamando, como por caridad, alguna
buena noticia. Los españoles necesitamos una decena de ellas, y tengo la
sensación de que producirlas no sería tan difícil. Basta con no dejar que los
problemas se pudran, añadir algunas gotas de autocrítica, un litro de ideas
nuevas y agitar vigorosamente, antes de servir ese cóctel frío. Claro que,
antes, el barman y sus ayudantes deben dejar de mirar hacia otro lado, felices
como están de ver a tantos clientes en la barra del bar. Eso sí, todos ellos
están, estamos, inatendidos.
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