viernes 22 de febrero de 2013, 20:37h
Hay un hondo precipicio entre las palabras que envuelven,
definen, o determinan, el mundo superior de los que llevan el timón del barco y
la gente. En el lugar enorme en el que el poder descansa, y dirige sus rayos de
luz o de sombra, se vive una vida que tiene su propia escenografía al margen
del río de la vida que va por las calles. Mientras oía hablar a Rajoy, y
sentirse feliz, porque es indudable que decía una cascada de argumentos hilados,
sentía que lo que estaba viendo y oyendo era un mundo teórico que por supuesto
incidía en la realidad, pero que apenas tenía en cuenta otra realidad que sus
propios argumentos. ¿Acaso hay un país distinto, dentro de éste, que casi nadie
conocemos?
El gran éxito del
déficit, el haber soportado la nerviosa presión para pedir otro rescate, las
delgadas luces de la balanza de pagos, una mejor competitividad, que por
desgracia no está soportada en un aumento de la productividad por la
innovación, sino en el empobrecimiento de los valores reales de la economía,
eran situaciones por las que sacar pecho, y sonreír, y hasta en el caso de
algunos, lanzar las campanas al vuelo por la triste situación de la oposición
socialista. Pero solo son cifras y palabras nominales, macroeconomía festiva,
cháchara que no quita los dolores y el hambre de vida de una sociedad
maltratada.
No discuto el valor
argumental de Rajoy, o su capacidad para
un pragmatismo espeso en el presente, y clarificador en el futuro, pero la
sociedad real no alimenta su presente con las grandes cifras. Para los más
desafortunados se solidificarán demasiado tarde, cuando ya no hay vuelta y el corazón no habla. Por eso
echo de menos que los gobernantes se bajen de la tribuna, hagan el esfuerzo de
sentir lo que siente la gente. Quizá así determinados errores propios de los
teóricos sublimes no se producirían.
Si Rajoy o su gente se hubieran empapado con la
voz amarga de la calle antes, quizá ahora no estaríamos con la misma situación
angustiosa de los desahucios, o quizá habrían encontrado alguna alternativa al
hecho de desmontar la sanidad y la educación para controlar el gasto
despendolado del Estado. Que la hay.
La economía grande, la
macro, envuelve queriendo asfixiar a la economía real. Pero no puede, porque la
realidad siempre es tozuda. Y es mentira eso que dicen algunos sobre que si la
realidad no se adecua a la teoría, pues peor para la realidad.
Por eso, cuando escucho ahora hablar de
victorias y derrotas, pienso que en el fondo todos pierden, todos perdemos, hasta
los que pretenden llevar la calle a las tribunas. Pues si la realidad fuese tan
importante como merece, los políticos habrían firmado ya un gran pacto para
luchar contra el desempleo por ejemplo.
En todo caso ya hay mucha gente a la que no se
le puede decir aquello de "vuelva usted mañana que todo irá mejor". Porque para
ellos el mañana ya se ha perdido.