La
verdad es que la realidad española da para mucho pensar. Y que hacen falta esos
libros que nos ponen en suerte al mundo, para que nosotros lo toreemos. El Traspié. Una tarde con Schopenhauer,
de Fernando Savater, y Todo lo que era sólido, de Antonio Muñoz Molina son dos
insustituibles. Y acaban de llegar a los escaparates.
Decía
Gerald Brenan en El laberinto español
que la característica de los españoles, ya desde el
siglo XVII, es lo que él llama "el ansia de utopía", la principal de las
"enfermedades metafísicas" que nos aquejan, y que tienen que ver con una
quimera muy especial y también, claro, con lo que consigamos materialmente
hablando. O con lo que perdamos. De ese contraste nace lo que él considera la
esencia del "ser español": la desilusión, el desencanto. El individual -cumplir
los treinta años, y pasar de comerse el mundo a darlo por perdido- y el
colectivo. Ese que apareció en el 98, ese que nos va jalonando en cada avatar y
cada crisis, y que ahora vivimos con una virulencia yo creo que inédita. Otras
crisis hemos sufrido, pero ninguna ha traído tantísima tristeza. Igual, porque
caemos de más arriba. Como decía mi llorado Michi Panero al final de la película de Jaime Chávarri y Elías Querejeta,
para estar desencantado, hay que haber estado encantado antes. Y los españoles
estábamos bastante encantados con tener lo que nos están quitando.
Pues los pesimistas, eso que tienen ganado.
Schopenhauer -que hoy se cumplen 225 años de su nacimiento- es uno de esos grandes
pesimistas, que reaparecen cuando tienen que hacerlo. Ahora. Fernando Savater -que es vital, pero no
precisamente optimista- cuenta en El
traspié. Una tarde con Schopenhauer, una conversación que bien hubiera
podido ocurrir entre el filósofo, amigo de los animales y no tanto de las
mujeres, y la joven escultora Elisabeth
Ney. Se trata de una pieza teatral, ahora reescrita, sobre un guión para la
TVE de hace veinte años, que añade a esta extraña pareja la presencia de la
vieja criada y un raro visitante, curiosamente español. El bizarro Rodrigo de
Zúñiga, único personaje de ficción, que viene a confirmar y romper a un tiempo,
el hilo de ternura y admiración que se ha tendido entre la artista y el modelo...
Una pieza teatral que se lee del tirón,
como una novela dialogada. Que discurre mientras un Arthur ya viejo posa para
la escultora, es decir, para la Posteridad -de eso se trata para él: de la
memoria lo más exacta posible de su físico, que también es su manera de ser- mientras
ambos -ambos- dialogan. Y el lector puede ver -y la lectora comprender
enseguida- la perplejidad del filósofo ante los golpes concretos de la agudeza
de la chica, poco más de 20 años cultos, listos y divertidos. Esa cara!, esa
cara que se le queda a Schopenhauer
a veces, y que para mí es el principal acierto de esta novela que acaba de publicar Anagrama, y que recomiendo, y que nos
da una imagen muy vívida del filósofo que amaba Borges.
Igual que el desencanto, la regeneración es otra
palabra recurrente en nuestra historia. Es una idea-fuerza de la España clara,
esa que viene conviviendo difícilmente con
el lado oscuro, esa que lucha por
enderezar lo que se ha torcido y por recuperar la dignidad y el futuro. Antonio Muñoz Molina acaba de publicar
Todo lo que era sólido, (Seix Barral)
un soberbio y demoledor ensayo sobre lo que me atrevería a llamar la condición
española. O mejor aún: la condición española reciente. Desde un humilde
ayuntamiento de pueblo andaluz o desde los despachos que rascan el cielo de
Nueva York, pero sobre todo, desde la hemeroteca, Muñoz Molina va desmontando las lógicas que nos han traído a donde
estamos. Las lógicas, y los hechos. Con un pié en la autobiografía -yo lo vi, y
yo acuso- pero otro en los datos públicos y publicados, hace un ejercicio de
memoria. De recordación, si se me permite el palabro: recordarnos cómo era este
país no hace tanto, recordar cómo éramos. Y éramos terribles, absolutamente
terribles. Recordar también cómo hemos llegado a una sociedad infinitamente
mejor, y la enorme injusticia de la general desafección política. Cómo cosas
que eran impensables por quiméricas, una vez son reales pasan a ser
imperceptibles, "naturales". Porque ya pasan a ser lo dado. Es lo que ocurre
con temas como la asistencia a los dependientes, la educación pública
universal, la sanidad de calidad igualmente universal.... Temas impensables hace
cuarenta años, y hoy.... Bueno, hoy, pues eso. O la memoria histórica, todavía
pendiente. Y yo digo que es un texto regeneracionista en el sentido de la
España clara, porque, además de su relato riguroso, ofrece alternativas serias,
y lo hace desde una perspectiva que es de fiar.
Ya sé que es una palabra que se está desgastando:
hay una afición por parte de los más oscuros a tragar las palabras y
descargarlas de su sentido primigenio, desarmarlas, desactivarlas. Como se hizo
con Azaña y el 98, como se quiso
hacer con algunos del 27. En este caso, en el de Muñoz Molina, me parece que la palabra es justa. Y que leerlo,
recordar y empezar a actuar, forma parte de la regeneración de este país.
- Ediciones anteriores de 'Lágrimas de cocodrilo'