Ahora
se habla mucho de la abdicación del
Rey. La pide el líder de los socialistas
catalanes, provocando oleadas de furia en el PSOE, que no quiere abrir
precisamente ahora carpetas explosivas, y, por supuesto, provocando alarma en
el Gobierno y en el Partido Popular, donde piensan que, para cambios, ya
estamos teniendo bastantes. En algunos medios de comunicación también se ha
abierto este melón, aprovechando acaso la exquisita discreción a este respecto
que practican en La Zarzuela. Personalmente,
me acuso de haber hablado y escrito muchas veces sobre esa 'dimisión' real, que
solamente a una persona compete: a Don
Juan Carlos de Borbón. Ahora, viendo las
últimas intervenciones, desde la sombra, del Monarca, me decanto porque, pese a
todo, siga un tiempo más, aunque acaso solamente unos meses, llevando el timón.
Siempre
creí, desde que le hice una primera entrevista hace un cuarto de siglo -acababa
de cumplir él entonces veinte años--, que el
Príncipe Felipe era lo que los
españoles necesitaban como heredero de la Corona de España: quienes le conocen, que no son
demasiados, aprecian en él muchas virtudes para el cargo. Pero acaso deba
seguir esperando unos meses, cumpliendo un papel creciente en cuanto a
representación, mientras su padre asegura la marcha 'política' de la nave. No
todos lo saben, pero el Rey sigue practicando lo que yo llamaría una eficaz
diplomacia interna del teléfono: sin ir más lejos, antes del debate sobre el
estado de la nación llamó a los dos principales protagonistas -
Rajoy y
Rubalcaba- y
les pidió que no contribuyesen, en sus parlamentos, a aumentar la tensión que
ya vive este país, sumido en corruptelas, escuchas ilegales, chantajes,
silencios excesivos y demasía, por otro lado, de palabras altisonantes y
bravuconadas. Y, de hecho, creo que en el debate, moderado aunque con picos de
agresividad, se notó esa llamada real. Como fue perceptible también el 'balsamo
de La Zarzuela'
en la visita que allí realizó recientemente el mesiánico secesionista
Artur
Mas.
Me
proclamo más monárquico que juancarlista, porque creo que, en un país con las
características territoriales y partidistas del nuestro, una Monarquía moderna,
alejada de cortesanos y de fastos absurdos, en la que el Rey se someta cada día
al veredicto de los ciudadanos, es más conveniente que una República en la que la Jefatura del Estado
pudiera tener un color político diferente a la jefatura del Ejecutivo, con lo
que ello lleva comportando; no hay que provocar a las dos españas. Y cierto es
que Juan Carlos I ha tenido más aciertos que deslices, aunque de todo haya
habido; en todo caso, se ha ganado el respeto de la mayoría de los ciudadanos,
aunque su popularidad, en estos momentos, cotice algo a la baja y su presencia
en determinados territorios de la nación esté algo comprometida, más por la
altanería mesiánica de algún dirigente político que por cualquier otra cosa.
Es
patente que el Rey está física, que no intelectualmente, mermado, y su próxima
operación, aunque no causa inquietud, le va a mantener apartado de cualquier
actividad física excesiva; por ello, se ha pospuesto '
sine die' su proyectado
viaje a Marruecos. Es patente también que tanto la abdicación de la reina de
Holanda como la dimisión de
Benedicto XVI, para no hablar ya del 'affaire
Urdangarín', han sido argumentos utilizados por quienes piensan que el jefe del
Estado español, a sus 75 años, tiene merecido el retiro y el descanso; una de
las tareas de un Rey, afirma el cínico dicho, es la de pasar revista
marcialmente a las tropas, cosa que Don Juan Carlos, que siempre ha cuidado su
porte militar, ya no puede hacer. Ello fuerza a cambios de protocolo -como
ocurrió en la pasada Pascua militar--, lo que, en el fondo, tampoco parece tan
grave. Como no es grave que el Rey utilice, cuando no hay fotógrafos en la
costa, una silla de ruedas; desde allí se puede dirigir el Estado, y hasta, en
algún caso, la economía de Europa entera. O, si no, véase el caso de
Wolfgang
Schäuble, el infatigable y poderoso ministro alemán de Finanzas.
Lo importante es, me parece, que el Rey mantenga la
voluntad de mantenerse en un puesto en el que se requiere ahora, más que nunca,
de su sabiduría, veteranía y carisma. Creo que los españoles han perdonado, en
general, alguna pasada trapisonda y que comprenden que el Monarca puede prestar
servicios esenciales para el pacto y el acuerdo que, según las encuestas, una
inmensa mayoría de ciudadanos desea. Las gentes cercanas al Rey, en la
actualidad un equipo que considero independiente y competente, no parecen
detectar ninguna tentación abandonista por parte de Don Juan Carlos, aunque su
desgaste físico sea más que evidente, y acaban de desmentir que el Rey esté
sopesando su abdicación. Y ya digo, el desgaste no lo es tanto como para no
poder 'repartir' durante un tiempo tareas con su hijo, que se incorporaría así,
gradualmente, a la jefatura del Estado. Sería una solución sabia, como casi
todas las salomónicas que huyen de las medidas tajantes e inflexibles.
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El blog de Fernando Jáuregui: 'Cenáculos y mentideros'>>
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La Casa Real, presionada, se lanza a desmentir que el Rey esté sopesando la abdicación