jueves 21 de febrero de 2013, 14:12h
Después de haber seguido el debate sobre el estado de la nación hasta
las ultimas intervenciones, se tiene la tentación de otorgar los títulos de
vencedores y vencidos como han hecho en titulares la mayoría de medios de
comunicación escritos y digitales. Caben pocas dudas que Rajoy tuvo buenas
intervenciones y que dialécticamente alcanzó un buen nivel, con lo que en primer
lugar reforzó la moral de sus diputados y seguidores. Pero, analizando en
detalle los contenidos de sus discursos, se puede comprobar que no alumbraron
grandes novedades. Quizá la más importante, que el déficit se situará por debajo
del siete por ciento, lo que dará un respiro a la financiación del Estado. Y a
eso parecía referirse cuando dijo que habíamos sacada la cabeza del agua. Pero
de todo lo demás, aparte de admitir una posibilidad de reformar la Constitución, solo
encontramos reiteraciones o renovaciones de anteriores promesas. Según las
políticas concretas anunciadas, estamos igual.
Igual estamos en cuanto a establecer que no se tributará por el IVA hasta tanto los autónomos y pequeñas
empresas no lo hayan hecho efectivo, lo que no solo era una promesa electoral
sino que había sido reiterado en varias ocasiones. Y fiarlo temporalmente al
ejercicio de 2014 no es para entusiasmar a nadie. Es lo mismo que las acciones
encaminadas a facilitar el crédito de las entidades financieras, sobre lo que
cabe recodar que cuando se solicitó el rescate a Europa por un montante de
cuarenta mil millones de euros, ya se decía que la medida se traduciría en una
mayor agilidad y profusión en la concesión de créditos. O, para terminar, la
reducción de cuotas de la Seguridad Social
por la contratación de jóvenes de
menos de treinta años de edad, que ya estaba vigente en la actualidad, por
cierto, con escasos resultados. Las medidas anunciadas respecto a los
emprendedores, aunque no son muy concretas, son positivas y pueden conducir a
resultados; o las de apoyo a la financiación, dotadas con cantidades concretas;
y muy importante, las diversas acciones para combatir el fraude fiscal, aunque
resultarán poco eficaces si no se dotan a las inspecciones de más medios
personales y materiales.
Según este breve balance, que no considera otros datos menos relevantes
de los tratados en el debate, no cabe hacerse ilusiones sobre una mejoría en el
estado de ánimo de los ciudadanos que, no solo han soslayado el seguimiento de
tan importante acontecimiento, sino que recelan de las promesas por muy
concretas que sean, acaso porque como fondo de todos los análisis y proyecciones
está la realidad abrumadora del desempleo creciente y la situación de carencias
extremas cuando se van agotando las prestaciones y subsidios y las ayudas de las
familias. Y tal actitud desconfiada resulta reforzada por la presencia en las
noticias diarias de los numerosos casos de corrupción que aquejan al país, que
alcanzan desde los políticos a los empresarios o los profesionales. Todos están
bajo sospecha, salvo que se les libere expresamente. Escandaliza a todos, por
una parte, que determinadas personas como es el caso de Bárcenas, incurran en
delitos de blanqueo de capitales o delito fiscal, pero es muy general que el que
puede, defraude.
La sociedad española, además de necesitar de medidas adecuadas y creíbles
para salir de la crisis, precisa de
un rearme de valores que se han disipado al abrigo de la especulación y la
tolerancia de conductas insolidarias, como necesita de medidas concretas y
novedosas que le devuelva la esperanza. En este sentido, el debate ha servido
para bien poco.