La
quiebra de la constructora Reyal Urbis, la de Orizonia, la huelga de Iberia, la
de los jueces, la cifra récord de la deuda y la constatación de que la reforma
laboral no está sirviendo para crear empleo según los últimos datos
disponibles, son los últimos clavos que podrían clavarse en el ataúd del
debate sobre el estado de la nación que comienza este miércoles, rodeado,
además, de malos augurios puramente políticos...o morales. Los titulares sobre
el espionaje de políticos a políticos, en los que parece que casi todos están
implicados de una u otra manera; la corrupción, ahora personificada en la
altanería de un Bárcenas chulesco; los desplantes que nos llegan de
determinadas naciones hermanas en Latinoamérica -ahora, de nuevo, Bolivia--; la
inminente declaración de Urdangarín ante el juez de Palma... Qué quiere usted,
amable lector, que le diga: una suerte de catástrofes encadenadas -no hay
casualidades cuando todo se empeña en conjuntarse para ir mal-están llevando al
cuerpo social a un nacional-pesimismo solamente paliado por el
nacional-aburrimiento, causado por una forma como abúlica de ejercer la tarea
política.
Y
usted, amable lector, o yo, o cualquiera, puede contemplar la coyuntura desde dos
perspectivas: la de quien piensa, con todo el derecho y legitimidad, que este
importantísimo acto parlamentario va a ser eso, el final de un trayecto para
que nos despeñemos, o la de quienes, como yo mismo, creemos que estamos ante
una estupenda oportunidad para regenerar el lenguaje y el pensamiento
políticos, para anunciar que inauguramos una nueva forma de gobernar, en la que
la ciudadanía esté más presente y el bienestar de los españoles ocupe el primer
lugar en la mente de nuestros gobernantes.
Ya
he dicho en numerosas ocasiones que creo en la honestidad política de los dos
principales contendientes,
Mariano Rajoy y
Alfredo Pérez Rubalcaba; lo que
ocurre es que precisamente por la mentada forma 'light' de ocupar sus
respectivas parcelas de poder nos tienen a todos mirando hacia otro lado, a ver
si en horizontes diferentes aparecen por casualidad algunas soluciones. Que
tampoco estoy seguro de que se hallen en otras opciones políticas emergentes,
como Izquierda Unida o UPyD, que suben en el aprecio de los encuestados sobre
todo porque el concepto del bipartidismo PP-PSOE baja alarmantemente; en todo
caso, conste que tengo igualmente una buena opinión, faltaría más, tanto de las
posibilidades personales que nos presenta la coalición que lidera
Cayo Lara
como el partido, quizá algo difuminado, que encabeza la fogosa
Rosa Díez. De
los nacionalistas solo espero algunas aclaraciones -sobre todo, de
Duran i
Lleida, que está como atrapado entre dos fuegos-, y, hoy por hoy, solamente
plácemes me merece la postura adoptada por el PNV de
Iñigo Urkullu: ya veremos
si esa trayectoria se mantiene.
El
material aportado por nuestros principales dirigentes políticos -otra cosa son
algunos segundos escalones-me parece, contra lo que en general suele decirse,
bastante bueno, aunque no brillante. Lo que ocurre es que andamos sobrados de
cautelas, de sentido común y de tanteos y nos faltan espíritus estadistas,
entusiasmo, liderazgo y decisión para arrojarse a la piscina, que agua sí
lleva, aunque no esté llena.
Ahora solo falta saber si se atreven. Si no cometen
el enorme pecado político de enredarse en el 'y tú más', en la racanería
política y en la miseria anímica. Este país nuestro anda ansioso de grandes
gestos, aunque sean solamente -y nada menos-parlamentarios. Este miércoles nos
hallamos ante una enorme oportunidad que nos haga soportar el dolor de ver lo
que ocurre en esos casos nefastos antes citados, Reyal, Orizonia, Iberia, la
rebelión de los jueces, los estallidos corruptos, las escuchas ilegales, las
trapisondas del yerno del Rey y sus derivaciones y ese largo etcétera que nos
hace andar con la cabeza baja, el ánimo encogido y las peores perspectivas en
el almario. Sursum corda, arriba los corazones; hoy, al menos, podemos esperar
que, contra las previsiones generales, algo bueno suceda en el secarral que es
nuestro mapa político. Ojalá en mi crónica posterior, comentando el debate, no
tenga que unirme al coro de las lamentaciones. Tenemos todavía esta
oportunidad.
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