Los buenos periodistas, como los
matarifes -supongo yo- limitan su trabajo a lo que tiene que ser, sin entrar en
dilaciones sobre conceptos éticos y morales. Van a lo que van, sin mirar a los
ojos de lo que se traen entre manos, ni hacer cavilaciones sobre penas y
aflicciones, ni sobre lo que está bien o está mal. Unos cargan la pluma como
los soldados de un pelotón de fusilamiento cargan su fusil, sin entrar en
discusión sobre si el que está enfrente tiene o no una mínima parte de razón.
El matarife hace exactamente lo mismo. Igual le dan corderos que terneras,
lechales que añojos. Cumple con golpe certero de verdugo su misión con la
tranquilidad de quien está acostumbrado a sacrificar a unos para que comamos
otros.
Un servidor, como no es ni lo uno
ni lo otro, tiene reservas y cargas emocionales, que me impiden o imposibilitan
-según toque - para escribir de lo que me apetece o sobre lo que está de
actualidad. Y como lo que está de actualidad es tan grotesco y siniestro, a la
vez, pues la cabeza se embota de cuestiones negativas y no transmite ideas al
cerebro para que los dedos realicen algo legible. A menos que, como en el
ejemplo anterior, tires por la calle de en medio y lo mismo te de ocho que
ochenta. Lo cierto y verdad, es que hay que tener tragaderas muy amplias, sea
uno periodista profesional, como si lo haces en el plano aficionado, para
relatar la actualidad española sin que se te revuelva el desayuno o que cruce
por tu mente -en algún momento puntual- la idea de que no merece la pena el
esfuerzo de escribir, el esfuerzo de pensar, el esfuerzo de vivir o incluso el
esfuerzo de matar.
Vivimos los españoles en una
situación, que de crítica que es, da pena mirarla fijamente. Asistimos
impenitentes a los desahucios y pobreza extrema de nuestros compatriotas, como
antaño lo hacíamos antes las victimas de la ETA. Nos sorprende tan poco el
suicidio de quienes se ven con el agua al cuello, como hace años el relato de
la explosión de un coche bomba. Y se nos va quedando una tristeza interna que
impide capacidad de reacción ante una acción criminal de los poderosos frente
al pueblo llano.
En los años ochenta la crónica
diaria era la muerte en atentado etarra de policías y guardias civiles, hoy las
noticias diarias tienen que ver con el despilfarro, el robo, la corrupción y el
enriquecimiento ilícito de muchos de los que se dedican a la política, que nos
deja la sensación de que del Rey para abajo todos culpables. Es tan grave el
extremo, que a veces es mejor no pensarlo. Porque está tan impregnada la
opinión pública de material inflamable que cualquier chispa puede hacer saltar
por los aires la paz social que tanto esfuerzo nos ha costado conseguir.
No voy a entrar, ni mucho menos,
en plantar batalla escrita contra unos u otros, quizás en otro tiempo atrás si
lo hubiera hecho - y lo hice -, pero considero que el momento actual es tan
difícil que aquí no se salva nadie. Las corruptelas del poder y de la banca
están haciendo tanto daño a los españoles, que nunca pensamos que unos pocos pudieran
hacer daño a tantos. Desde la llegada de la "democracia"
y nuestra entrada en la Unión Europea, nuestros legítimos gobernantes han hecho
de España -con nuestro permiso - un coto particular, una mina de oro donde todos
han sacado tajada a consta de explotar a los indefensos ciudadanos, de enriquecerse
amparados en su condición de servidores públicos y, lo más grave de todo, es
que lo robado muchas veces no sirve ni para crear riqueza en nuestro país, si
no que se lleva a un paraíso fiscal para hacer más sangriento aún el caso,
evadiendo impuestos que tan necesarios son.
Cuando uno escribe y lo hace
públicamente, no tiene conciencia de quien puede llegar a leerle y, mucho menos
a entender o suscribir lo escrito -aunque sea para sus adentros - pero repasando
estos días mis primeros artículos hace ya más de veinticinco años, me ha dado
por sumar los casos de corrupción desde aquellos tiempos del hermanísimo Juan
Guerra, hasta ayer mismo, y la cifra es tan escalofriante que probablemente
aquí no se salve de ser corrupto más que usted -querido lector- y yo. Pero por
otra parte, que se puede esperar de un país que tiene entre sus máximas más
importantes aquello que le decía el capataz al señorito: ("no hace falta que me
asigne dineros, señor, solamente póngame donde los haya", que del resto ya me
encargo yo).
Estamos viendo casos tan
evidentes, a diario, de despilfarro y corrupción que está creando en los
ciudadanos un sentimiento contrapuesto que no beneficia para nada ni a los
partidos políticos, ni a sindicatos, ni a otras instancias necesarias para el
buen orden de un país en el contexto mundial. Por una parte están los que en su
pesimismo ven como algo lógico de la vida que sucedan estas cosas y otros que
de buena gana nos echaríamos al monte, si no fuera porque cuatro desalmados los
han quemado en veranos pasados.
En serio querido lector, concluyo
este artículo con el deseo - en vano- de que el Rey, que en otros tiempos
prestó tan importante servicio a España, preste otro más, quizás el más
importante de su reinado, que disuelva las cámaras y el gobierno, forme un
equipo de tecnócratas que nos saquen de esta miseria donde nos han conducido y
nunca más haya partidos políticos ni sindicatos en la forma y medida que ahora
tenemos. Quizás esta utopía pudiera ser el inicio de la verdadera democracia en
España.
"Rebelarse es el más sagrado
de los derechos y el deber más indispensable." Marques de La Fayette.
Ismael Álvarez de Toledo
Periodista y escritor
http://ismaelalvarezdetoledo.es