Muchos
años mirando, desde una razonable distancia, la política española me
han convencido de algo: cuanto más se le azuza a un presidente del
Gobierno para que haga una remodelación de su Gabinete, más se pospone
la crisis, o la minicrisis. He escuchado tantas veces la frase "a mí
nadie me impone ni me quita ministros" que me parece hasta aburrida. Se
trata, ni más ni menos, que de uno de esos atavismos tan consustanciales
a la política española, según los cuales quien tiene el poder lo
administra a su gusto, olvidando que representa a unos electores, que le
han votado (o no), y a unos contribuyentes, que pagan (más les vale)
esos impuestos que sirven para, a su vez, abonar los sueldos de los
políticos, entre otras cosas. Y, así, antes se dispara sobre el
pianista, o se mata al mensajero, que se actúa para resolver situaciones
críticas.
De
manera que no me hago ilusiones si proclamo, de nuevo --me parece que
no soy el único; de hecho, es un clamor--, la necesidad de una urgente
modificación en algunos ministerios. Y conste que no me refiero
(solamente) a la titular de Sanidad, sobre cuyas presuntas culpas no
tengo la suficiente información como para lanzar una piedra más, ya que
la primera se la lanzaron hace bastantes días: aquí, la falta de
credibilidad de la llamada clase política, instalada en la calle, se
impone por encima de si el acusado es inocente o culpable, porque la
gente, cabreada, desconfiada, malhumorada por tantas cosas, pide sangre
fresca. Y es eso lo que
Mariano Rajoy no quiere dar a la opinión
pública, probablemente con justicia y hasta quién sabe si con razón,
pero, desde luego, sin sentido de la oportunidad ni de los tiempos
políticos.
Ocurre
que yo pienso en una remodelación más amplia, que salve los muebles a
un Rajoy al que no solamente desde la oposición le piden que se marche.
El presidente del Gobierno, que yo creo que nos haría un flaco favor a
todos dando el portazo ahora, como le pide la oposición, no puede
presentarse, así como anda ahora, al ya inminente debate sobre el estado
de la nación, porque saldría de él destrozado. Tiene que reforzarse con
un vicepresidente económico, deshaciéndose del lastre de algunos
ministros especialmente 'quemados' -alguno de ellos, no todos ellos, por
propias culpas--, e incorporar al Ejecutivo a figuras de prestigio y
de limpieza probada, aunque no militen en el PP, si es que aún quedan
mirlos blancos que quieran incorporarse a esta loca pajarería de la cosa
pública.
Y
ya sé que Rajoy está muy dolido con
Rubalcaba -el juego de la política
es implacable, y el presidente debería saberlo--, pero nunca está de más
insistir en la conveniencia de los grandes pactos; qué duda cabe de que
ello restituiría a nuestros políticos una parte de la popularidad
perdida. Lo que ocurre es que el tiempo, ese tiempo que tan mal miden
ellos, se echa encima, y eso sí que no hay quien lo detenga, por mucho
empeño que se ponga.
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